25 agosto 2014

Planaria - 4

-10-

En Ufrano vendieron el carro, el burro y toda la mercancía. Tras varios días de búsqueda, Allyx encontró a un patrón dispuesto a llevarles al Templo del Borde Oeste.
      Tuvo que pagarle más para que zarpara enseguida. Él prefería esperar a que pasara la temporada de tormentas.
      Ayudó a decidirse el estado de Zytiaz, cuyo embarazo comenzaba a hacerse evidente. No podían esperar demasiado, o el niño nacería.
      Era un velero pequeño, pero resistente, acostumbrado a navegar entre los hielos. Y Allyx sabía que, una vez les atrapara la corriente del norte, las tormentas desaparecerían, a la vez que navegarían mucho más deprisa.
      En realidad, tuvieron un tiempo estupendo. Las tormentas se veían a lo lejos, hacia el norte, el este o el oeste, nunca les alcanzaron. Sólo un día con un poco de lluvia, que más sirvió para refrescar el ambiente.
      En tres semanas llegaron al borde. Allí estaba el Templo del Oeste, y unas pocas viviendas a su alrededor.
      Allyx se vistió con sus ropas de sacerdote, algo arrugadas después de tantos días en el saco. El patrón, Girgex, lo contempló extrañado, pero no dijo nada. Ahora entendía porqué llevaba un bastón de sacerdote, además de aquella espada corta.
      Desembarcaron y casi de inmediato, Girgex zarpó rumbo al norte.
      Allyx se puso a buscar a Caelit. Muy pronto, se le acercó un soldado, así que le dijo:
      —¡Avisa a Caelit que Allyt está aquí!
      El soldado fue a cumplir con su cometido.
      Apenas pasó una hora cuando otro sacerdote, vestido con gran suntuosidad en amarillo y verde, salió del templo.
      —¿Desde cuando te han ordenado sacerdote, muchacho? —dijo, e hizo una seña a los soldados.
      —Disculpe mi atrevimiento, maestro, pero quería hablar con usted. Luego podrá hacerme prender si lo cree adecuado.
      —¿Y esa chica? Viste como una comerciante, pero yo diría que es una campesina. Espera, ¡ya recuerdo tu caso! ¿Es tu compañera?
      —Sí, maestro, y solicito que sea protegida de todo daño, incluso si se me hace prisionero. Ella no tiene la culpa de nada de lo que yo haya hecho.
      —Eso de que no tiene la culpa… ¡Bueno, vamos a dejarlo! Acompáñame, y ella puede venir si así lo deseas.
      Zytiaz estaba muy asustada. Había llegado el momento que Allyx temía, cuando se pusiera en contacto con aquel sacerdote. Era evidente que él estaba al tanto, y sabía quien era ella. Podía hacerlo prisionero si quería ¿y qué sería de ella entonces?
      Por ahora, todo parecía ir como su compañero esperaba. Fue con él y con el neutro.
      Ella debió quedarse a solas, en una sala con muebles como nunca antes había visto. Le dejaron una taza de infusión y unas pastas riquísimas. Olvidó el miedo de antes.
      Al otro lado de la puerta, Allyx y Caelit conferenciaban.
      —Bien, Allyx, dejemos los disfraces y vayamos al grano. Dime, ¿qué pretendes?
      —Primero, si no le molesta, maestro, desearía conocer lo que ha oído acerca de mí.
      —Veamos. Aún no has sido neutralizado, algo necesario para poderte ordenar sacerdote. Ha sido mi buen amigo Herset quien lo ha permitido. Y gracias a él, has dejado embarazada a esa chica con la que has huido de tu pueblo. También sé que robaste ropa y dinero y que gracias a ellas huiste del Templo Este hasta tu poblado, donde raptaste a la chica y has permanecido perdido. Los militares te han estado buscando por todo el continente, pero siempre llegaban tarde tras tus pasos. Has sido muy listo. Y ahora, estás aquí, por lo que veo. ¿Te entrego a las autoridades? No me importaría hacerle un favor a Herset en este caso.
      —Contaba con que usted, maestro, se negara a hacerle ese favor que menciona a su enemigo declarado.
      —Es evidente que soy partidario de lo que tú dices. Pero sólo si hay un motivo para ello. Sigue siendo mi superior y estoy obligado a obedecerle.
      —¿Y si yo tengo la llave que puede llevarle a usted al puesto de Herset?
      —Eso tendré que verlo.
      —Como usted ha dicho, Herset ha cometido un error muy grave conmigo. Yo he sido víctima de las hormonas, cuando de haber sido neutralizado antes nada de esto habría sucedido. La joven es la prueba que espero presentar en un concilio contra Herset. Esperaba que usted aceptara apoyarme, pues no en vano yo no soy sacerdote, así que no puedo convocarlo.
      —No bastaría con mi palabra, hacen falta apoyos.
      —¿Tal vez en el Templo de los Hielos del Norte? ¿O del Sur? En el Este está claro que no, pues de allí salí huyendo. Ni en Isla Central.
      —En Isla Central puedo conseguir dos o tres que nos apoyen, pero eso lleva su tiempo. Y en el norte está Fridat, aliado furibundo de Herset. Pero en el sur está Jlabet, amigo mío. Podrías hablar con él…
      —¿Puedo contar con su apoyo, maestro?
      —Sólo si hablas con Jlabet y él está de acuerdo. En ese caso, se pondrá en contacto conmigo y pondremos en marcha todo el asunto. De paso, te pondremos en un lugar seguro, que bien podría ser aquí, porque los hielos son muy fríos. A ti y a tu chica, quiero decir.
      —¡Os estaré eternamente agradecido, maestro!
      —Y yo a ti. Si en algo estoy de acuerdo con esa víbora de Herset es en tus méritos. Puede que seas Gran Sacerdote después de mí.
      Zytiaz les aguardaba afuera. Aún estaba sentada en el cómodo diván, y a su alrededor estaban los restos dispersos de las pastas y la tetera vacía. El embarazo le producía mucho apetito, y el miedo sin duda había ayudado.
      Caelit les acompañó por los pasillos que descendían cada vez más. La mujer estaba asustada una vez más, pues no sabía a donde les llevaban. Pero observando la tranquilidad de Allyx, se calmó.
      Llegaron a lo que parecía una pared que cerraba el paso. Zytiaz se estaba preguntando cómo seguirían cuando vio que el sacerdote se acercaba a una especie de cuadrados dibujados.
      —Con su permiso, Maestro, desearía hacerlo yo —dijo Allyx.
      —¿Acaso conoces el número secreto?
      —Creo que puedo averiguarlo, tal y como hice con el del Este. Si me lo permitís.
      —Adelante.
      Allyx estudió el dibujo de rayas. Calculó que representaba dos a la quinta potencia, tres a la segunda y siete a la primera. Es decir, 2016.
      Pulsó los números 2, 0, 1 y 6 y la puerta se abrió.
      Caelit le miró, sorprendido.
      —Sabía que eras muy listo, pero no pensé que lo fueras tanto. Podrías ser el más inteligente que haya pasado por los templos desde hace, no sé, muchos años.
      Para Allyx las lisonjas eran una molestia.
      —Creo que se equivoca usted, maestro.
      —No seas tan humilde. Sigan ustedes dos y derroten a Herset. Yo he de quedarme.
      Les dejó en la puerta. Los dos jóvenes enamorados prosiguieron pasillo adelante.
      La cápsula era más pequeña que la que había llevado a Allyx a Isla Central. Sólo tenía tres asientos, dos a un lado y el tercero enfrente.
      Zytiaz no entendía lo que estaba viendo.
      —¿Qué es esto, amor?
      —Un carro mágico que avanza por el túnel, sin animales de tiro.
      —¿Cómo funciona?
      —En realidad no lo sé. Pero ya lo verás.
      Subieron a bordo. Allyx se sentó en el asiento solitario, Zytiaz enfrente suyo.
      La puerta de la cápsula se cerró y comenzaron las vibraciones y el zumbido creciente.
      Una vez más, la joven se apoyó en la fortaleza de su compañero. Todo aquello se le hacía muy raro, pero si él permanecía tranquilo sería sin duda porque no había peligro alguno.
      Antes de que se dieran cuenta, el extraño vehículo se detuvo. La puerta se abrió.
      Estaban en un lugar parecido al del inicio del viaje: un enorme túnel hacia delante y otro más pequeño hacia un lado.
      Bajaron y caminaron por el túnel pequeño, que ascendía ligeramente.
      —Ahora es cuando podemos tener problemas —explicó Allyx.
      —¿Por qué?
      —Si Jlabet nos está esperando, me será más difícil seguir viaje. Hemos de darnos prisa, pues no quiero hablar con él. Tendría que inventar más mentiras.
      —¿Cómo puede saber que estamos aquí?
      —Hay formas de comunicarse entre los templos que yo mismo desconozco. Pero creo que hay una forma de hablar a distancia, instantánea. Más rápida aún que estos túneles.
      Mientras hablaban, caminaban por el túnel. Allyx pasó por la puerta de entrada, que por supuesto estaba abierta. Apenas se alejaron, se cerró, mostrando el teclado de números y el dibujo para hallar la clave por medio de los factores primos.
      Llegaron a un cruce donde una escalera seguía hacia arriba y la otra, a la izquierda, bajaba.
      —Por aquí debe ser —dijo Allyx.
      Tenía razón, pues llegaron a una puerta parecida a la anterior. Allyx estudió el dibujo y desentrañó la clave: 9504. Pulsó esos números y la puerta se abrió.
      De Jlabet no vieron señal alguna. Llegaron a la cápsula (de cinco asientos, lo que para Allyx era buena señal) y se sentaron, uno enfrente al otro.
      Se pusieron en movimiento.
      Poco después, se detenían en Isla Central.
   

-11-

Estaban en las profundidades del templo de Isla Central. Pero Allyx no tenía la menor intención de subir. Buscaba algo que, según había leído una vez, existía en un nivel incluso inferior a los túneles. Muchos incluso dudaban de su existencia pero otros insistían en que estaba allí debajo.
      Eso sí, nadie lo había llegado a ver. Hablaban y hablaban dejándose llevar por sus elucubraciones.
      Él podría comprobar ahora si eran o no ciertas.
      Localizó las entradas a los cuatro túneles, que llevaban a cada uno de los templos del borde. Estaban en una sala con cinco salidas, una hacia arriba (hacia los niveles habitados del templo) y cuatro hacia abajo. Pero observó que había una quinta salida, en el centro de la sala. Estaba disimulada entre columnas, pero allí estaba el típico dibujo de líneas y el rectángulo con el teclado.
      Esta vez eran tres óvalos, cada uno con su conjunto de líneas.
      El número del primer óvalo era 15120. En el segundo óvalo estaba representado el 56 y el tercero contenía el 60. Allyx sumó los tres: 15236.
      Pulsó esas cifras, y se abrió una puerta en el suelo.
      Hizo una seña a Zytiaz, quien lo siguió por la escalera.
      La puerta se cerró sobre ellos, pero las luces eternas les alumbraron.
      —Hay muchas cosas que no entiendo, Allyx —dijo ella, entre susurros.
      —Pregunta.
      —¿Estamos en otro mundo? Nada de lo que hemos visto desde que desembarcamos en aquel puerto del borde me parece del mundo que he conocido.
      —Sí es el mismo mundo. No se si decírtelo, pero nuestro mundo es artificial. Lo hicieron los dioses. Esta parte es, como si dijéramos, el sótano del mundo, la parte que la gente normalmente no conoce.
      —¿Tú lo conoces?
      —Esta parte no la conoce nadie. Tenía idea de que podía existir, pero nadie la había visto jamás.
      —¿Y cómo puedes estar seguro de algo que nadie ha visto?
      —Los libros… ¡olvídalo! Tal vez te lo explique cuando hayamos terminado.
      El pasillo avanzaba en total soledad. Sólo se oían sus propias voces, y apenas hablaban en susurros.
      Allyx sabía que la Isla Central se elevaba tres mil pasos sobre el resto del mundo. Esa altura correspondía a una esfera, situada bajo el mundo.
      En la esfera se encontraban los mecanismos más importantes del mundo, como el generador del sol o lo que producía peso a las cosas (gravedad, lo llamaban). También había otros artefactos de los dioses, alguno en una enorme cámara.
      Él buscaba esa cámara.
      ¡Allí estaba!
      El pasillo terminaba en un enorme espacio casi vacío. El techo se elevaba sobre ellos muchos pasos a lo alto.
      Era más grande que la mayor sala del templo.
      Y en el centro estaba el artefacto de los dioses. La nave que le permitiría salir de Planaria con su amada.
      Era un objeto redondo, con un tamaño de varios cientos de pasos, como una torta enorme y hinchada en su centro. Tenía numerosos círculos blancos, seis patas y una escalera para subir. Al final de la escalera se apreciaba una puerta ovalada, cerrada.
      Subieron por la escalera y la puerta se abrió.
      Dentro había varios asientos, aparte de otros objetos extraños.
      En uno de los asientos había alguien…
      El ocupante del asiento se dio la vuelta.
      ¡Era Gerigfrit!
   

-12-

Allyx no pudo reprimir su furia, y perdió toda señal de respeto hacia su mentor.
      —¿Qué haces ahí, viejo chocho? Supongo que afuera estarán los soldados de Herset aguardando, pero ya todo me importa lo mismo.
      —Te saludo, Allyx y te perdono la falta de respeto. Harías mejor en sentarte en uno de esos asientos, y lo mismo debe hacer tu compañera. ¿Zytiaz, supongo? ¡Ah, sí! Afuera no hay soldados.
      Obedecieron los dos, sin entender el motivo.
      Allyx gritó de rabia cuando del asiento brotaron sujeciones que lo fijaron con fuerza. Zytiaz no dijo nada, pues a ella el miedo la dejaba sin habla.
      —¿Qué…? —la exclamación de Allyx se cortó cuando todo se puso en movimiento.
      De pronto, notó que también Gerigfrit estaba sujeto a su asiento, y que todos ellos podían mover sus brazos. De hecho, eso era lo que estaba haciendo el sacerdote.
      —Bien, creo que es el momento de una explicación —dijo Gerigfrit—. Pero debo empezar por decirles a ambos que he tenido tiempo de averiguar la forma de manejar esta nave de los antiguos. O de los dioses, si así lo prefieren. Y se recomienda estar bien sujeto durante las operaciones de partida. Por eso los arneses, y pueden estar tranquilos los dos, no son mis prisioneros.
      Apenas se habían dado cuenta hasta ese momento, pero se había abierto una enorme puerta bajo la nave y ésta había salido a lo que parecía la negra noche. Aunque era de día, dicho sea.
      Sobre ellos se apreciaba una inmensa mole aplanada, negra, aunque se podían ver numerosos objetos que sobresalían.
      Pero lo más increíble se podía ver bajo ellos. No había nada, ni suelo, ni nubes, era como el cielo nocturno.
      Aunque un pequeño círculo rojizo muy oscuro se distinguía entre la miríada de estrellas.
      —Debe de ser la enana marrón —dijo Gerigfrit—. El verdadero sol de nuestro mundo, aunque como no alumbra nada lo tenemos bajo el suelo, como habrán podido apreciar.
      —No entiendo nada —dijo por primera vez Zytiaz—. Sólo soy una inculta y tonta campesina.
      —Vale lo de inculta, pero no eres tonta —afirmó el sacerdote—. Pero ni siquiera Allyx sabe lo que es. Yo tampoco, sólo lo supongo.
      —Esa es una estrella de verdad —intervino Allyx—. Pero es de las más frías, que apenas producen luz y calor. Es la más cercana a nuestro mundo, y por eso los antiguos, o los dioses, construyeron Planaria de tal manera que estuviera opuesta a esta enana marrón, y le dotaron de un sol de mentira que sí produce luz y calor. Las demás estrellas son soles de verdad, pero están muy lejos.
      —¡Vaya, mi querido aprendiz, qué sorpresa! ¿Dónde averiguaste eso?
      —En un libro de la biblioteca del Templo Central. Uno que casi nadie lee, por lo visto. Pero hay preguntas que deberá responder, si quiere que le vuelva a llamar Maestro.
      —Entiendo que te refieres a mi presencia. Verás, yo también quiero huir con ustedes dos.
      —¿Y Herset? ¿Lo sabe todo?
      —Claro que sí. Desde que Dizlit descubrió que le habían robado el traje y que faltabas tú, Allyx, se puso en contacto conmigo y yo con Herset. Él está de acuerdo con mi plan y no nos perseguirá. Entre otras razones porque a donde iremos no podrá seguirnos. Esta nave es la única forma de escapar de Planaria.
      Entretanto, la nave había avanzado lo suficiente bajo el suelo del mundo artificial, y ya podían verlo completo: un mundo plano, con su borde (un enorme muro gris a su alrededor) y por encima la bóveda transparente. El sol (una esfera brillante) estaba ya en el cenit, iluminándolo todo.
      —Creo que somos los primeros en ver como es en realidad nuestro mundo —observó Gerigfrit.
      Los dos jóvenes callaron. Incluso para Allyx, quien sabía lo suficiente sobre el mundo, resultaba increíble. Zytiaz estaba aturdida por la sucesión de maravillas; y, cosa curiosa, por fin comenzaba a entender algunas cosas, aunque seguía ignorándolo casi todo.
      —Bien, creo que es hora de darles una larga explicación. Podemos soltar nuestras sujeciones, pues ya he terminado las maniobras de salida y durante un buen rato la nave irá sola, alejándose de Planaria. Luego, ya decidiremos hacia donde ir.
      »Lo primero es que creo que, ya desde los primeros tiempos, los antiguos temieron la llegada de este momento. Cuando algunos habitantes de Planaria se dieran cuenta del peligro de extinción y decidieran huir. Por eso dejaron esta nave.
      —¿Qué peligro? ¿Y huir hacia donde? –preguntó Zytiaz.
      —¡Vaya! La joven inculta está despertando su inteligencia. Me alegro, y veo que mi pupilo Allyx ha sabido elegir. Ustedes dos son el futuro de los habitantes de Planaria.
      —Por favor, Maestro —intervino Allyx, ya con respeto—. Continúe.
      —Bien. El peligro, decía. La población de Planaria está declinando cada vez más, y no podemos evitarlo. Cuando se creó este artefacto y fue poblado con humanos, no había neutros. Luego resultó que nacía un neutro por cada mil. Hoy, ya es uno por cada veinte y tiende a ser uno de cada diez.
      —¿Qué son los neutros? —fue la pregunta de Zytiaz.
      Allyx la miró con disgusto. Pero el maestro no pudo evitar la tentación de dar una respuesta simple.
      —Todas las personas tenemos unas cositas llamadas cromosomas, donde se dice como seremos, si de ojos azules o verdes, si de pelo marrón o negro, si más altos o más bajos. Son 23 pares de cromosomas, pero hay una pareja que decide si se será hombre o mujer. Pues bien, los neutros carecemos de ese par de cromosomas; por eso no somos ni hombres ni mujeres, ni podemos tener hijos.
      —Nunca he entendido como la falta de esos cromosomas hace a los neutros más listos —afirmó Allyx.
      —Porque es falso. Es un mito creado por nosotros los neutros para mantener a los hombres y mujeres en la ignorancia. Pero ustedes dos son la demostración de que no es así. Bien, debo proseguir, si Zytiaz no me interrumpe otra vez.
      —Perdone, maestro —era la primera vez que ella usaba esa expresión.
      —Bueno, como decía, de proseguir el crecimiento de neutros en nuestra población, pronto no habrá hombres o mujeres para tener hijos. Y sólo si se dan cuenta los sacerdotes, permitiendo tener el mayor número de hijos a los que pueden hacerlo, se podrá corregir. Pero el hábito de controlar la población ya es demasiado fuerte. Herset y yo lo vimos hace años, pero no podemos hacer nada para cambiar los hábitos. De hecho, la oposición de Caelit ha sido total a nuestros intentos de abrir la mano en el control de la población.
      —¿Por qué hemos de huir? ¿Y a dónde? —preguntó Allyx.
      —¿De veras quieres regresar? Caelit, aunque te ayudó en tus planes, por cierto fue muy ingenioso de tu parte pedirle ayuda, obligará a Herset a acabar contigo si se sabe que has dejado a una joven embarazada. Un sacerdote que a la vez sea padre es un contrasentido. Incluso podrían acabar contigo, Zytiaz, para evitar un hijo que ande por ahí diciendo que es hijo de un sacerdote.
      »En cuanto a donde iremos. Esta nave es capaz de viajar a las estrellas. Allí hay mundos de verdad, donde podríamos vivir.
      —¿Y si hay gente en ellos? —Zytiaz comenzaba a entender lo suficiente para hacer preguntas inteligentes.
      —Ya veremos —respondió Gerigfrit—. Pero es posible que no, y esa es la razón por la que existe Planaria. Dime, Allyx, ¿has leído sobre la explosión de supernova?
      —Sé que es una estrella que explota, pero no se a lo que se refiere usted, maestro.
      —Bien, veo que hay al menos un libro antiguo que no has leído. Nuestros creadores, los antiguos o los dioses, provenían de un mundo llamado La Tierra, que está por una de las estrellas cercanas. Sabiendo que habría una explosión de supernova cercana, construyeron a Planaria de tal manera que el suelo de nuestro mundo plano nos protegiera de la radiación, aunque acabara con toda la vida de La Tierra y de otros mundos cercanos. Aunque parece ser que algo de radiación sí que nos afectó y por eso aparecieron los neutros.
      —¿Al principio no había neutros?
      —Es lo que se dice, Zytiaz. Tal vez aparecieran por los efectos de la radiación de la supernova. Sería más intensa en los bordes y de allí proceden los dragones y las serpientes de mar, como ya sabes.
      —¿Y usted cree, maestro, que La Tierra estará vacía para nosotros?
      —Es lo que me parece probable, Allyx.
      —Pero una pareja no es suficiente para poblar un mundo.
      —Podemos volver a Planaria a buscar más gente. Cuando Herset se entere, si es que lo logramos, buscará parejas reproductoras, aunque los demás sacerdotes se opongan.  Y por cierto, se estarán preguntando los dos qué pinto yo en todo esto.
      —Sí me lo pregunto— indicó Allyx.
      —Alguien debe enseñar a los hijos que ustedes tengan. No sólo ese que tienes en tu interior, Zytiaz, todos los que vengan. Y tal vez ustedes no estén en condiciones de manejar la nave para volver a Planaria.
      Entre tanto, la nave se había alejado del mundo artificial. La enana roja brillaba con luz muy tenue, con ráfagas de luz rojiza como puntos en el disco oscuro.
      A su alrededor, millones de estrellas, muchas de ellas con mundos. Según lo dicho por Gerigfrit, muchos de esos lugares podrían estar vacíos, listos para ser repoblados.
      En las instrucciones de la nave, que el sacerdote había leído mientras esperaba la llegada de la pareja, estaba como buscar algunos de esos mundos.
      Buscó la forma de ir hacia la Tierra.
      Aferrando los mandos, se hizo con el control de los instrumentos., mientras avisaba a los pasajeros de sus intenciones.
      Puso rumbo a La Tierra.
   
(Enlace a la primera parte)

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