22 agosto 2014

Planaria - 1

-1-

Allyx debía llevar las cabras al cercado. Pero antes de salir, tenía una pregunta que hacerle a Gredox, su padre.
      Gredox odiaba esa situación. ¡Si su hijo no fuera tan preguntón!
      —Dime, padre, ¿no podríamos dejar las cabras en el corral y traerles la comida? Sería menos trabajo para nosotros.
      —Allyx, los animales necesitan hacer ejercicio. Si están siempre encerradas, se enferman. Además, siempre se ha hecho así. Preferiría que no hicieras esas preguntas.
      —¡Es que yo quiero saber!
      —Bien, pero limítate a hacer las cosas como se te enseñan, y déjate de ideas raras.
      —Como ordenes, padre.
      El tono era de obediencia, pero algo decía que no tenía la menor intención de hacerlo. Gredox suspiró y, por prudencia, no dijo nada.
      Allyx llamó al perro y fue a la puerta del corral para dejar salir al ganado. Debían andar casi mil pasos para llegar al pequeño terreno acotado y con abundante hierba fresca.
      Una mujer, de edad muy parecida a la de Gredox, salió corriendo tras el rebaño.
      —¡Allyx! ¡Otra vez te has olvidado el tentempié!
      El aludido se detuvo a esperarla.
      —¡Gracias, madre! Y perdona por hacerte correr detrás de mí.
      —No me importa, querido hijo. Pero preferiría que tuvieras la cabeza sobre los hombros, y no en las nubes.
      Afridaz, la madre de Allyx, lo vio alejarse por el camino. Por un momento, una sonrisa le llenó la cara al verlo conversar muy animado con Zytiaz. ¡Tal vez aquella chica consiguiera hacerle cambiar! Pero muy pronto le volvió el ceño fruncido: Allyx estaba más interesado en observar las piedras del camino. ¡Como si aquello tuviera una enorme importancia! ¡Casi se le escapa una cabra! Menos mal que se dio cuenta a tiempo y mandó al perro a obligarla a volver al camino.
      Volvió a su casa, con la habitual preocupación por el futuro del joven.
      Allí estaba Pirot, el sacerdote, observando toda la escena. Afridaz pensó que tal vez él tuviera la solución.
      Pero como madre campesina, lo que más deseaba era que su hijo se dedicara al campo, como sus padres y hermano.
      El sol había recorrido más de la mitad de su recorrido por la bóveda celeste cuando Allyx volvía del cercado. Guardó las cabras, vigilando que tuvieran agua de sobra, y cerró la puerta. Acarició al perro, conversó otra vez con Zytiaz (quien casualmente estaba de paso por su casa) y fue a lavarse antes de comer.
      Estaba cansado, aunque apenas había hecho otra cosa que estar en el campo viendo a las cabras comer. Pero no era cansancio físico, sino mental: había dedicado la mayor parte del tiempo a averiguar cosas. Por ejemplo, la forma de las hojas, que variaba de unas plantas a otras; se le había ocurrido que según las hojas se podría clasificar a las plantas. Las plantas con hojas de una determinada forma y color tenían otras características comunes y lo mismo sucedía con otras formas y colores.
      Pero de eso no podía hablar con nadie. Ni con sus padres, ni siquiera con Zytiaz, pues nadie lo entendería.
      Ya se imaginaba la conversación:
      —¿Para qué hay que clasificar las plantas?
      —Para poder estudiarlas mejor.
      —¿Acaso no sabes ya las que se pueden comer, las que sirven para las cabras, las que han de evitarse porque hacen daño y las que no sirven para nada? Con eso me basta.
      De poco servía argumentar…
      Tras la cena, le sorprendió ver entrar al sacerdote del pueblo. Pirot era el único que a veces atendía a las preguntas de Allyx. Aunque con demasiada frecuencia reconocía no saber la respuesta, al menos lo animaba a seguir preguntando.
      —Allyx, me gustaría hablar contigo un momento, si puede ser.
      —¡Claro que sí, señor Pirot!
      —Muy bien, porque ya he tenido una larga conversación con tus padres. Los tres coincidimos en que eres un joven muy curioso. Dime la verdad, ¿quieres ser campesino?
      —Claro que sí. Mis padres lo son, y también mi hermano Kryx. Así pues, ¿por qué no he de serlo yo?
      —Repito mi pregunta. ¿Quieres ser campesino?
      Había un cierto retintín en el «quieres» que despertó la alarma en la mente de Allyx.
      —La verdad, no lo sé. Pero ¿qué otra cosa puedo ser sino campesino? ¿Soldado? ¿Comerciante? Para eso hay que nacer en las familias adecuadas. Lo mismo si quiero ser conde o marqués.
      —Puedes ser sacerdote. Los sacerdotes proceden de cualquier familia: campesinos, militares, comerciantes, artesanos; incluso entre los nobles hay sacerdotes.
      —Si soy sacerdote, ¿podré seguir en Kelia?
      —Para tu formación deberás salir de tu pueblo. Pero tal vez luego puedas regresar. Si la plaza está libre, se entiende, porque por ahora no tengo intención de retirarme ni de irme a otro lugar.
      Pirot guiñó el ojo, como queriendo decir que «tal vez sí».
      —Pero hay aspectos más importantes para tu formación, Allyx, que la cuestión de volver o no a tu pueblo. Por eso repito mi pregunta de si quieres ser campesino.
      —¿Qué problemas habría si insisto en ser campesino?
      —Tu curiosidad, esas ansias de saber. Chocarían cada vez más con las exigencias de la vida campesina. Sin ir más lejos, esta mañana casi se te escapa una cabra porque te quedaste mirando las piedras.
      —¡Sí! Es que observé que las piedras en realidad están formadas por pequeñas piezas de colores distintos, y que a distancia parecen indistinguibles. ¡Si pudiera verlas con más detalle! ¿No hay alguna manera de ver las cosas más grandes?
      —No para un campesino, pero sí para un sacerdote. En nuestros templos tenemos aparatos científicos para estudiar las cosas.
      —Me dice usted que no puedo ser campesino y que debo ser sacerdote.
      —No, se trata de algo que tú debes decidir. Puedes ser campesino, pero tendrás que olvidar tu curiosidad y aceptar las cosas tal y como son. Sin tanta pregunta.
      —Pero si estudio sacerdocio, ¿podré hacer todas las preguntas que quiera?
      —Bueno, algunas no tienen respuesta. Pero podrás averiguar tú esas respuestas. A eso se le llama investigación científica. Hay algo llamado ciencia que deberías conocer.
      —Pues creo que tiene usted razón. Quiero conocer esa ciencia.
   

-2-

Allyx pasó los siguientes días lleno de impaciencia. Pirot había prometido hablar otra vez con sus padres acerca de su futuro, pero se demoró varios días.
      Esos días los pasó el joven cumpliendo con sus obligaciones de siempre, pero estaba tan distraído que una vez su hermano Kryx tuvo que hacerse cargo del rebaño.
      Gredox también se impacientaba, pues asimismo esperaba la reunión con el sacerdote. Éste le había sugerido que, si no era aceptado por el colectivo sacerdotal, podría ser tratado para eliminar esa molesta curiosidad, con lo que se volvería un chico normal. El padre de Allyx se debatía entre el deseo de lo mejor para su hijo y el que fuera un chico como todos.
      Por fin, Pirot fue a la casa y habló extensamente con Gredox y Afridaz.
      Aún estaba en casa cuando volvió Allyx del cercado. Al ver al sacerdote, se olvidó hasta de lavarse.
      Pirot frunció el ceño al oler el aroma a cabras y sudor, pero no dijo nada.
      —Allyx, si quieres ser un sacerdote tendrás que venir conmigo mañana —dijo.
      —¡Encantado! Un momento, ¿eso quiere decir que tendré que decir adiós a mis padres?
      —Por ahora no, pues la primera instrucción te la daré yo en el templo. Podrás dormir en tu casa, si prometes no revelar los secretos que te contaré. Pero luego deberás irte a un templo lejano, y decir adiós a los tuyos.
      —¡De acuerdo!
      —Ahora, creo que te dirigías a la ducha, así que puedes irte.
      El niño cayó en la cuenta de que no se había lavado.
      —¡Perdón!
      Se fue corriendo. Pirot lo vio irse con una sonrisa. Era verdad que el niño quería saber. Lo de los secretos era más una broma que otra cosa; había secretos, por supuesto, que Allyx conocería más adelante, pero no antes de que pudieran estar seguros de que no los revelaría, ni siquiera por error.
   
Dos días más tarde, el sacerdote lo vino a recoger para acompañarlo al templo. Allí comenzó su instrucción.
      Allyx estaba solo, era el único alumno de Pirot. Y éste, además, tenía diversos deberes relacionados con la función sacerdotal, desde curar heridas y enfermedades hasta buscar augurios sobre la marcha de las cosechas o donde podría haberse escondido una cabra huida. En más de una ocasión, Allyx estuvo presente mientras su maestro desempañaba su labor, pues eso mismo formaba parte de su formación: algún día él tendría que hacer cosas parecidas. Otras veces, el joven se quedaba solo con los libros.
      La lectura fue la primera habilidad que Allyx desarrolló. Hasta ese momento ni siquiera sospechaba que el saber del mundo estuviera almacenado en aquellos volúmenes del templo. Conforme adquirió la capacidad de leer comprendió que tenía ante sí todo un desafío: leer las decenas de libros que el sacerdote tenía en su biblioteca. Y mayor fue su sorpresa, si cabe, cuando supo que aquella biblioteca era más bien pequeña comparada con la de los templos más importantes, como el de la Isla Central.
      Pirot controlaba sus lecturas, así que Allyx no podía leer a capricho, sólo aquellos volúmenes que su mentor consideraba adecuados. A fin de cuentas, aún era un niño así que había conceptos que aún no podía entender.
      Comía con el sacerdote, al que una mujer del pueblo le preparaba platos mucho más sabrosos que los que Afridaz había hecho para Allyx y su padre. Las pocas veces que comía en su casa, Allyx no podía evitar las comparaciones; pero tras una vez en que dijo algo y su padre se enfadó mucho, no dijo nada más: comía y callaba.
      A su casa volvía al atardecer, para dormir. Procuraba no encontrarse con Kryx, su hermano, pues éste invariablemente le echaba en cara lo que había tenido que trabajar ahora que su hermano menor no colaboraba con la familia. Allyx lo sabía bien, pero no podía hacer otra cosa. De hecho, las recriminaciones de Kryx servían para despertar en el pequeño el ansia de no tener que volver a su casa.
      Sus padres, en cambio, rara vez hacían comentarios sobre el tema. Si acaso, se lamentaban porque los dioses no les dieran un tercer hijo, pero reconocían que ya eran algo mayores para eso.
      Allyx no lo entendía, pero sí había observado que la mayor parte de las familias tenían sólo dos hijos; sin embargo había una donde eran tres los hermanos. Se lo preguntó a Pirot y recibió la respuesta que más temía: era muy joven para saberlo.
   
Pasaron los años. Allyx aprendió matemáticas y geometría, ciencias y astrología, teología y literatura, pintura y música, geografía e historia, oratoria y política, economía y filosofía, y así un poco de todas y cada una de las áreas del conocimiento, tal y como Pirot pudo exponerlas. Los libros de la biblioteca empezaban a resultar escasos, y Allyx esperaba disponer de más volúmenes.
      Pero esos libros tendría que irlos a buscar. Más bien, Allyx debería abandonar el pueblo para pasar al nivel superior de su formación.
      Había llegado el momento de despedirse de Zytiaz. La joven había crecido, y se había desarrollado más incluso que Allyx, ya era una mujercita. Allyx estaba empezando su pubertad y ya notaba los cambios en su cuerpo, en particular el interés que le despertaba la joven.
      No fue problema despedirse de su familia. De Krix incluso fue un alivio: ya no tendría que aguantar sus pullas. Gredox no hizo comentario alguno: si sentía algo se lo calló por no demostrar debilidad. Afridaz no se contuvo y lloró porque su hijo se marchaba, pero era lo que se esperaba de ella como madre.
      Zytiaz también lloró cuando llegó el momento. Allyx hizo algo que le sorprendió a él mismo, pues la abrazó y sintió el deseo de mantener el abrazo más allá de lo conveniente. Por fin, optó por soltarla, y ella lo miró, sorprendida, con los ojos llorosos. Se miraron uno al otro.
      Pero lo que pudo haber pasado en esos instantes quedó roto por la voz de Pirot y un graznido que llegaba del cielo.
      Un dragón se posó en el patio delantero del templo. El jinete del dragón se bajó y se dirigió hacia el sacerdote (aunque no lo conociera, era fácil de reconocer como tal por su traje). Pirot señaló a Allyx y le entregó una carta. Luego se aproximó al jovencito.
      —Irás a Isla Central volando en el dragón. El jinete te dará las explicaciones de cómo te has de sujetar, así que procura obedecer para que no te caigas. Él lleva una carta donde doy todas las explicaciones necesarias, pero has de conocer dos nombres: Herset, el Gran Sacerdote bajo cuyo mando estarás ahora y Gerigfrit, que aunque es del borde se ha comprometido a formarte personalmente, o sea que será tu instructor, si no me equivoco.
      »Tan pronto como llegues a Isla Central ponte en contacto con alguno de los dos, mejor con Gerigfrit que es de menor rango. No molestes a Herset si no es necesario, por favor. Y que tengas un buen viaje.
      Allyx estaba asustado. ¡Un dragón! Nunca había visto uno aunque sí que había oído hablar de ellos. Sólo los nobles y los sacerdotes volaban en dragones. No eran peligrosos, al menos los domésticos, si bien se decía que en la tierra del Este había dragones salvajes que atacaban a la gente y devoraban los niños.
      De todos modos, más miedo que el dragón en sí le daba el simple hecho de volar. ¡Se podía caer!
      El jinete del dragón tenía experiencia con pasajeros inexpertos, así que fue muy amable. Le ayudó a montar, delante de él, y sujetó con fuertes arneses el torso y las piernas.
      —Agarra las riendas y no las sueltes. Aunque soy yo quien las controla, te vendrá bien tener algo en qué apoyar las manos —le dijo.
      Y antes de que pudiera pensar en ello, el jinete hizo un gesto, que Allyx no pudo ver pues estaba delante, y el dragón alzó el vuelo.
      Pasados unos primeros instantes de terror en los que casi se orina, Allyx abrió los ojos (los había cerrado desde que sintió el vacío en su estómago).
      ¡Se le olvidó todo el miedo! ¡Podía ver el mundo desde lo alto!
      Abajo se veía un pueblo, que sin duda no era Kelia sino cualquier otro. Podía ver los campos cada vez más pequeños, conforme subía y subía. Por fin, atravesaron las nubes y miró hacia la distancia.
      Muy, pero muy lejos, le pareció ver el borde del mundo.
      Tendría que preguntarlo cuando llegara al templo.
   

-3-

Allyx disfrutó como nunca hubiera imaginado con el viaje en dragón. Recordó lo que había aprendido de geografía, y por primera vez pudo comprobar como el conocimiento podía resultarle útil. Veía tierras nuevas, también mares, y recordaba los mapas en aquellos libros del templo de Kelia.
      Había partido del continente Oeste, y dado que viajaba hacia el este no le extrañó encontrar un mar. Era el Mar del Norte, por supuesto. A lo lejos, podía divisar los continentes Norte y Este, y más al sur la Isla Central. También el Mar del Sol, que abarcaba el ecuador (salvo la Isla Central). Hacia el sur, dada la altura a que volaban (más de mil pasos, supuso el joven), podía vislumbrar los otros continentes, el Suroeste y Sudeste, con el Mar del Sur entre ambos.
      Como había aprendido, el mundo era plano, formado por cinco continentes y la Isla Central (casi del tamaño de un continente). También eran cinco los mares, si bien algunos insistían en que el número se mantenía de forma artificial: el Mar del Sol en realidad eran dos, el del este y el del oeste.
      Todas las tierras habitadas estaban rodeadas por el Mar del Borde, pero éste no llegaba propiamente al borde del mundo: éste se hallaba sobre unas tierras casi deshabitadas, que abarcaban desde los hielos del norte y sur hasta el ecuador, donde estaban los templos del borde. Sólo los sacerdotes habitaban aquellos lugares inhóspitos, llenos de criaturas salvajes y terroríficas, como serpientes de mar y dragones de tierra, no voladores.
      El sol fue recorriendo la bóveda celeste, siempre sobre el Mar del Sol. De pronto el dragón empezó a descender: la Isla Central ya estaba bajo ellos.
      El animal se posó con suavidad sobre una explanada enorme. Allí había tres dragones más, por lo tanto aquel tenía que ser un sitio muy importante.
      A un lado de la explanada había un enorme edificio blanco, repleto de columnas. Era lo más majestuoso que Allyx hubiera visto antes, y sin embargo ya lo conocía: lo había visto en imágenes en los libros. Era el Templo Central, donde se decía que había una puerta para pasar al mundo subterráneo.
      Dos sacerdotes, vestidos de forma suntuosa, esperaban su llegada. Uno de ellos se acercó al jinete y le dijo algo al oído, que Allyx no pudo escuchar. El otro asintió con la cabeza y se acercó para ayudarle a descender.
      Allyx tenía las piernas y brazos tullidos por el viaje, pero se esforzó en permanecer de manera digna, en pie.
      El sacerdote se le acercó y le habló:
      —Tú debes ser Allyx. Yo soy Gerigfrit y seré tu mentor en adelante. Pero has de conocer al Gran Sacerdote Herset, quien se ha interesado por tu caso particular. Has de hacerle una reverencia, ¿sabes cómo?
      —Sí, maestro —respondió Allyx, abrumado.
      El otro sacerdote, Herset, vestía un traje mucho más suntuoso que el de Gerigfrit: lleno de oro y piedras preciosas, y de un blanco purísimo (el del otro tenía cintas azules y violeta). Allyx se le acercó y dobló la rodilla derecha, tal y como le habían explicado.
      —Levántate, Allyx, no es necesario que hagas la reverencia. Sospecho que tú llegarás a ocupar mi lugar cuando seas mayor y te cansarás de tanta reverencia.
      Allyx se levantó y miró fijamente al Gran Sacerdote. Había algo peculiar, que le recordaba a una mujer y no a un neutro.
      Una vez más, recordó lo que había aprendido. Había hombres, mujeres y neutros. Los neutros no podían tener hijos, y carecían de los órganos necesarios para el sexo. La gran mayoría de los neutros se convertía en sacerdotes, aunque algunos elegían el comercio o la política.
      Todos los sacerdotes eran neutros, eso sí que era cierto. Y si algún hombre o mujer decidía convertirse en sacerdote, tendría que volverse neutro, justo lo que él debería aceptar antes de ser nombrado. Era algo que por el momento no le preocupaba, pues pertenecía al futuro.
      Pero comprendió al fin que Herset había sido una mujer antes de ser neutralizada y convertirse en sacerdote. Era neutro, pero algo quedaba de la antigua mujer, algo que no desaparecía al eliminar los órganos sexuales.
      Gerigfrit se hizo cargo del joven. Lo llevó a la residencia de estudiantes, donde tendría que convivir con otros aprendices de sacerdote. Todos eran neutros y también mayores que él.
      Le asignaron una habitación para él solo, todo un lujo. Por tener, disponía hasta de baño privado; pese a lo que parecía, no era distinto a lo que tenía a su disposición cualquier estudiante.
      Debería comer con los demás, estudiantes y maestros, y algunos estudios serían en común, en un recinto llamado aula, donde un maestro impartía alguna ciencia.
      Allyx recibió un horario, algo nuevo para él. Tendría que asistir a determinadas materias en el aula correspondiente el día y la hora que tenía marcados. La primera semana fue un caos, pues se confundió al menos cuatro veces; cada error significaba tener que recuperar luego la materia por su cuenta en la biblioteca. Pero pronto captó el esquema y se acostumbró al orden.
      También tenía tiempo para su uso particular. Al principio lo empleó en explorar la ciudad: nunca había estado en una población tan grande. Descubrió rincones y oficios que nunca habría sospechado; en especial, le llamaron la atención los lupanares y demás lugares donde hombres y mujeres consumían toda clase de sustancias tóxicas, llegando a tener sexo en público o en sitios discretos. Recordando a Zytiaz, Allyx resistió las tentaciones, sobre todo porque descubrió que para acceder a aquellas hembras dispuestas necesitaba dinero y él no tenía una sola moneda.
      Pero pronto optó por no correr riesgos. Había descubierto el placer de pedir libros en la biblioteca y llevarlos a su habitación para leer a gusto. La mayor parte del tiempo lo dedicó, a partir de ese momento, a aprender por su cuenta.
      En pocos meses, comprobó que podía ir por delante de sus compañeros en la mayoría de las materias, gracias a su aprendizaje particular. Los maestros lo alentaban y le sugerían lecturas.
      Gerigfrit tenía una reunión semanal con él y lo interrogaba a fondo para ver lo que había aprendido; a veces explicaba cuestiones particulares, como el asunto de la neutralización.
      Allyx aún estaba en la pubertad y era muy joven para ser nombrado sacerdote. Pero la neutralización era más eficaz cuanto antes se hiciera. Gerigfrit quería que el joven se la hiciera lo antes posible, pero él tenía miedo y sabía que podía esperar un par de años.
      Tenía un aliado inesperado en Herset, quien era partidario de dejar plena libertad al chico para que eligiera el momento. Nadie se había dado cuenta (y el Gran Sacerdote menos que nadie), que Allyx había cautivado a la antigua mujer, despertando sentimientos que no creía que existieran.
      El motivo principal por el que Allyx no quería aún ser neutralizado era Zytiax. Antes de dejar de ser hombre, quería hablar con ella, estar con ella una vez más. Luego la dejaría para siempre. Ese era su plan.
      Pero no podría volver a su pueblo al menos antes de que pasara un año.
   
Gerigfrit se llevó a Allyx aún más lejos a los siete meses. Había avanzado tan rápido en la formación que llegó el momento de la preparación de nivel superior, en el templo del borde.
      Volaron, otra vez en dragón, hacia el este. Gerigfrit era el sacerdote rector del Templo del Borde Este, así que no tenía nada de raro que fueran en dicha dirección. Sin embargo, había un motivo oculto: había sido por insistencia de Herset que él fuera el mentor de Allyx.
      El en Templo del Borde Oeste mandaba Caelit, enemigo casi declarado de Herset, a quien se oponía por sistema en los concilios. Herset nunca pondría a su pupilo más destacado bajo el control de su enemigo. Por eso había llamado a Gerigfrit para hacerse cargo del muchacho.
      En el Borde Este, podía apreciarse el Muro, de mil pasos de alto, del que salía la bóveda celeste. El Muro era de piedra gris (o algo parecido, obra de los dioses), mientras que la bóveda era transparente, y dejaba ver las estrellas.
      Allí prosiguió su instrucción. Y así supo del caso de Britax, otro aprendiz de sacerdote que había sido hombre. Según las crónicas, se había negado a ser neutralizado y aceptó, a cambio, que le borraran la memoria. Vivió como un campesino más el resto de sus días, libre de curiosidades malsanas.
      Allyx debería elegir. Volverse neutro, pasar a llamarse Allyt, o conservar sus genitales pero perder su memoria: casarse con Zytiaz y ser un campesino más.
      Primero, tendría que hablar con ella.
      Llegado el momento adecuado, pidió permiso para viajar a Kelia. Se lo concedieron.
   
(Continuará)

No hay comentarios: