10 octubre 2016

Capitán Waleo capítulo 13

La nave Entrom-Hetida viajaba por el espacio, en busca de la aventura que haría el número 13 de estas crónicas.
      Tan pronto como vio ese número, el capitán Xujlius Waleo se puso en contacto con el autor.
      —¿No se podría cambiar ese número? No sé, poner 12+1, o saltar al 14. Es que soy muy supersticioso.
      —Ya sé que eres supersticioso, crees en la suerte, tanto buena como mala. Pero te fastidias, no lo cambiaré.
      El capitán meditaba en estas cuestiones cuando oyó un fuerte ruido. La nave dio un bandazo y frenó bruscamente.
      —Lisandra, ¡informe de situación! —pidió a la computadora.
      —No lo sé, capitán. Algo no funciona, pero todos los sistemas están en verde.
      —¿Cómo que no lo sabes?
      —Afirmativo. No encuentro fallo alguno.
      —¡Que venga 8UM4NO5! ¡Y llama a Gram Dixim-Owurro!
      El robot se presentó de inmediato.
      —Dada la situación anómala presente y la circunstancia inaudita de que solicite mi ayuda, capitán, deduzco que no tiene idea de lo que sucede —dijo el robot.
      —¡Silencio! Tienes razón, pero no hace falta que me lo restriegues. Ni Lisandra ha podido decírmelo.
      —Capitán —interrumpió Lisandra—. El oficial ingeniero no se puede presentar, porque tiene un dolor en el coxis que le mantiene inmóvil. Eso me ha dicho.
      —¡Dile a ese zoquete híbrido de Wiki que si voy a buscarlo lo haré venir a base de patadas en el coxis!
      —¡A la orden!
      —Y tú, robot, ¿sabes algo de lo que sucede?
      —El término correcto es «sospecho», capitán. No lo sé, pero tengo alguna idea, y debería contrastarla primero con el oficial ingeniero.
       El enorme corpachón emplumado del ingeniero apareció en el puente. Tenía los ojos demacrados, pero aparte de eso no parecía tener problemas para caminar, aunque fuera apoyando sus patas traseras en el enorme rabo.
      —¡Se presenta el oficial ingeniero Gram Dixim-Owurro, capitán!
      —Gram, delibera con 8UM4NO5 a ver si averiguan qué es lo que sucede, y luego lo arreglas. Yo estaré en mi camarote, esperando.
      —Necesitaré toda la potencia de Lisandra, capitán. No quedará para simulaciones…
      —¡Por todos los Wikis! ¡De acuerdo!
   
Durante largos minutos, horas incluso, 8UM4NO5 y Gram Dixim-Owurro revisaron toda la nave. El ingeniero estaba preocupado porque la nave estaba totalmente detenida; de hecho estaba sin escudos protectores y les sería muy difícil defenderse ante cualquier enemigo que pudiera aparecer. Pero no dijo nada porque con el mero hecho de decir lo que le preocupaba no solucionaría nada.
      Por fin encontraron que el flatimoyo principal estaba suelto. El robot mostró el lugar donde faltaba un tornillo.
      El ingeniero Dixim-Owurro lo observó bien, usando el tercer ojo, especializado en visión microscópica.
      —¡Por los Wikis del espacio central!—. ¡Es un modelo no estándar! Lisandra, ¡localiza en los depósitos un tornillo JLKW-45001474-X!
      —No hay existencias, oficial ingeniero.
      —¡Lo que me temía! 8UM4NO5, trae el «desarrollador de tornillos y tuercas» y metal en polvo para cargar.
      El robot se fue a cumplir el encargo.
      Mientras, el oficial ingeniero mascullaba su mala suerte. El susodicho tornillo era una rareza, de rosca inversa y tamaño no estándar. Al menos podrían fabricar uno con el desarrollador.
      El robot trajo consigo un extraño aparato de color rojo y verde. Tenía una tolva para la entrada de material y un pequeño hornillo donde se generaban las piezas producidas. Los datos se insertaban a través de un conector de datos.
      8UM4NO5 depositó polvo de metal en la tolva y la cerró. Luego sacó su conector y lo enchufó, con visible placer, en el receptáculo del aparato.
      Gimiendo de gusto y de forma escandalosa, el robot transmitió los datos para la pieza deseada. Para su desgracia, la conexión apenas duró unos segundos.
      La pieza ya estaba en el hornillo. Caliente, eso sí.
      El robot desconectó su cable a desgana.
      Gram Dixim-Owurro espero a que el tornillo se enfriara para colocar la pieza y sujetar el flatimoyo. Cuando lo hubo conseguido, ordenó al robot llevar el desarrollador a su sitio y a Lisandra poner en marcha la nave.
      La Entrom-Hetida arrancó con un fuerte estremecimiento y produciendo un ruido similar a un coche viejo. Pero había algo que no estaba bien.
      —Ingeniero oficial, revés al está todo —dijo Lisandra.
      —¡Wikis los por! —exclamó Gram.
      Ordenó a la computadora que detuviera la nave y fue a revisar el tornillo.
      En efecto, estaba colocado del revés.
      Tuvo que sacarlo y ponerlo de nuevo, asegurándose de que entraba en la posición adecuada.
      Por fin, repitió la orden a Lisandra.
      —¡Todo en orden, oficial ingeniero!
      Gram Dixim-Owurro se quedó tranquilo y pudo respirar. Ahora podría retirarse a su camarote y descansar, a ver si el dolor de coxis que le volvía se rebajaba a niveles tolerables.
      Sin embargo, aún quedaban obligaciones que cumplir. Fue al puente, a rendir su informe ante el capitán.
      Xujlius Waleo no estaba en el puente, estaba en su camarote, acostado, enfermo.
      De hecho, en el puente no había casi nadie, e incluso el oficial de guardia (Yon Willians) tenía el rostro demacrado y aguantaba en su puesto a duras penas.
      La enfermedad había atacado a casi todos los tripulantes, a pesar de ser de especies diferentes.
      El médico, Carlosantana, también estaba enfermo y no se podía contar con él, pues ni siquiera tenía idea de lo que pasaba.
      El oficial ingeniero consultó con Lisandra, pero la computadora también estaba afectada por un virus.
      Llamó a 8UM4NO5 quien vino tambaleándose y diciendo toda clase de tacos y palabras absurdas. ¡También estaba infectado por un virus!
      Dixim-Owurro lo entendió de repente. ¡Sus temores se habían hecho realidad!
      Mientras la nave había estado apagada, sin defensas, un virus espacial se había metido en sus entrañas. Eran la especialidad de los enemigos de la Federación, y en particular los rumalianos y los chingones los dispersaban por el espacio siempre que podían. Este virus en particular parecía ser obra de los chingones, pues afectaba tanto a seres orgánicos como electrónicos.
      Sólo había un remedio para ello. El ingeniero se acercó a la parte trasera del puente, donde se hallaba un enorme botón rojo con un cartel bien visible: «PARA PULSAR EN CASO DE VIRUS ESPACIAL CHINGÓN».
      Gram Dixim-Owurro, sintiéndose afortunado por no pillar el virus (efecto de su peculiar naturaleza), pulsó el botón.
      De inmediato sonó una alarma en tonos muy agudos. De la parte inferior del botón brotó un gas verdoso que se dispersó con rapidez por toda la nave.
      Muy pronto, todos los tripulantes, orgánicos y electrónicos, sintieron una sensación muy peculiar, incluso quienes no habían contraído el virus. La excepción fue el oficial ingeniero, el cual sólo sintió el curioso dolor del coxis, que ahora volvía a aparecer.
      El capitán se levantó de su cama y fue caminando, despacio pues aún no había recuperado sus fuerzas por completo. Llegó al puente y felicitó a Gram Dixim-Owurro, quien por fin pudo retirarse a disfrutar de su dolor de coxis.
      La computadora Lisandra informó de que sus sistemas antivirus le daban informe negativo, lo mismo que el robot 8UM4NO5 y otros robots menores.
      Añadió Lisandra:
      —Capitán, he recibido una transmisión mientras estábamos desactivados.
      —Espero que la hayas revisado a fondo en busca de virus.
      —¡Eso está hecho!
      —Bien, ponla.
      Apareció la imagen tridimensional de un pioforme de Regulus-IV que dijo:
      —¡Felicidades, tripulantes! Vuestra nave ha salido afortunada en el sorteo planetario de Regulus. Entre más de un millón de participantes, esta nave ha sido elegida para recibir el mayor premio repartido jamás en la Federación. ¡Os ha tocado nada menos que un planeta! Y no se trata de un planeta cualquiera, es el planeta Titanic, un mundo libre de habitantes pero lleno de titanio. ¡Sí! Habéis ganado un mundo repleto de titanio.
      El capitán Waleo oyó el alegato con sentimientos encontrados. Como capitán de la nave, y dueño de ella en su mayor parte, le tocaba el mayor trozo del planeta. Y, sin duda, el titanio era un metal muy valioso, que podrían aprovechar.
      Pero a la vez sentía una rabia tremenda. ¡Ya era mala suerte!
      Podría haberle tocado un planeta de diamante, o repleto de cualquier otra piedra valiosa.
      Pero ¡titanio! ¡Semejante vulgaridad! Hasta vergüenza le daría decirlo a sus amigos y compatriotas.
      ¡Vaya mala suerte!


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