08 octubre 2016

Capitán Waleo capítulo 12

La nave Entrom-Hetida viajaba por territorio desconocido para la Federación. El capitán Waleo y los tripulantes buscaban nuevas civilizaciones que incorporar a la Federación, pues cada uno recibiría un bono para gastar en el Centro Super-Galaxy; cuanto más fueran los nuevos miembros, más valor tendría el bono. Xujlius Waleo, en particular, esperaba tener suficiente para un nuevo módulo holográfico con olores que incorporaría a Lisandra, la computadora.
      Mientras, las simulaciones de Lisandra serían sin olores. Una lástima, pero no por ello eran buenas simulaciones. Muy estimulantes…
      Como el capitán estaba en su camarote, al mando estaba el oficial Keito Nimoda.
      El auxiliar Fresntgongo detectó el nuevo planeta.
      —¡Nuevo planeta detectado! —dijo—. ¡Habitado por seres con tecnología de radio!
      —¡Estupendo! —exclamó Nimoda—. ¡Otlo pala el bote! ¡Avisen al capitán!
      Xujlius Waleo no se quedó nada contento cuando Lisandra suspendió la emulación, pero no se enfadó al comprender el motivo. Vistiéndose a toda prisa, corrió al puente.
      El oficial Nimoda lo miró con expresión divertida.
      —¡Capitán, tiene los pantalones al levés! —dijo en voz baja.
      —Ahora no importa. Quiero los datos de ese mundo.
      Lisandra comenzó a bombardearlo con datos de todo tipo.
      —¡Para ya, Lisandra! ¡Sólo me interesa saber su nivel tecnológico!
      —Tienen emisiones de radio, capitán, pero no hay objetos en órbita. Protocientífico, por lo tanto.
      —¡Perfecto! Que vaya una expedición de contacto. Nimoda, le toca a usted dirigirla.
      —¡Como oldene, capitán!
   
En la lanzadera A estaban el oficial Keito Nimoda, el sargento Aeiou Máxavelwurroketú, y cuatro soldados, uno de ellos Gaspakiwi Himoto. A este último le había tocado la camiseta roja, por lo que estaba más asustado que los demás.
      —Salgento, ponga lumbo al planeta —ordenó el oficial.
      Aeiou sonrió, pero no dijo nada. Le costó un poco entender al oficial, pero lo hizo y puso en marcha el pequeño vehículo, sin decir ni media palabra.
      La lanzadera salió en silencio del hangar, dejando atrás a la Entrom-Hetida. Muy pronto vieron la esfera azul y blanca del planeta bajo ellos.
      Entraron en la atmósfera, y el vehículo se puso a vibrar como si fuera a romperse. Pero todos ellos eran veteranos de muchos descensos planetarios: sabían que no había peligro alguno.
      Las paredes estaban al rojo vivo, pero por fuera. Dentro, todos sentían el frescor primaveral programado por el sargento, con opción a aroma de pino.
      Keito Nimoda odiaba ese olor.
      —¡Salgento, ponga aloma de flesas flescas! ¡Y suba tles glados la tempelatula!
      El sargento tardó unos segundos en captar la orden pero obedeció de inmediato.
      Entraron en unas nubes algodonosas, y el aparato se zarandeó un poco. El sargento siguió descendiendo y salió por debajo de la nube.
      Una lluvia intensa empapó el exterior de la lanzadera.
      —Lo siento, señor —dijo el sargento antes de que el tiquismiquis del oficial protestara—. Pero no he podido evitar esta lluvia.
      —No impolta. Atelice de una vez.
      El sargento Máxavelwurroketú vio una explanada libre de obstáculos y hacia allí dirigió la lanzadera. Aterrizó con toda suavidad, y ni Keito Nimoda pudo encontrar motivo para quejarse.
      Salieron protegidos con traje atmosférico, a prueba de lluvia. El traje era transparente, y el soldado Himoto era consciente de que su camiseta roja era visible, lo que lo señalaba como blanco ante cualquier situación de peligro.
      ¿Dónde estaban los habitantes? No se veía ni uno al menos a pocos metros. Cerca de la lanzadera sólo se apreciaban unos extraños árboles, más parecidos a helechos arborescentes que a otra cosa.
      Sobre los helechos apareció una enorme cabeza. Más bien, un enorme cuello que terminaba en una cabeza proporcionalmente pequeña. El bicho les observó y se limitó a seguir comiendo de las hojas, como si fuera normal que aterrizara una lanzadera de otro planeta.
      —¡Un dinosaulio! —exclamó Keito Nimoda.
      De pronto oyeron un grito terrorífico.
      —¡VILMAAAAA!
      Apareció un extraño objeto. Parecía un automóvil, pero estaba hecho de piedra y madera. Sus ruedas eran enormes cilindros de roca. En su interior iba un humanoide, vestido con pieles, de rasgos que recordaban a un neandertal terrestre.
      El humanoide frenó con sus pies descalzos al ver la lanzadera.
      El oficial Nimoda se puso delante con las manos abiertas. Postura «contacto» tipo A.
      El nativo se quedó mirando las manos vacías. Hurgó en la piel que le servía de vestido y sacó un par de discos de piedra, depositando uno en cada mano.
      —Sólo tengo dos piedracentavos para limosna —dijo con toda claridad.
      Keito se quedó atónito. Primero, porque le habían confundido con un pordiosero que pedía limosna. Segundo, porque el nativo hablaba la lengua galáctica a la perfección, sólo con un ligero acento.
      —Disculpe, señol, pelo yo no soy un poldioselo. Soy un homble del espacio, vengo de aliba, de las estlellas.
      —¡Vaya! ¡Encantado, homble-despacio! Yo me llamo Pedro Picarrocas. ¿Y todos esos son hombles-despacios?
      —¡No me ha complendido usted, señol! Bueno, vamos a vel, yo me llamo Keito Nimoda, señol Picalocas.
      —Picalocas, no. es Picarrocas.
      —¡Salgento, explíquelo usted!
      El sargento dio un paso al frente y tomó la palabra.
      —Ruego disculpe al oficial por su forma de hablar, señor Picarrocas. Se lo explicaré yo. Somos hombres del espacio, venimos de otros planetas en las estrellas. ¿Comprende usted lo que quiero decir? Yo soy el sargento Máxavelwurroketú y éstos son mis comandos, están bajo mi mando.
      El nativo les miró uno a uno.
      —La verdad es que son todos muy distintos. Bueno, ya que están aquí, ¿puede saberse qué se les ofrece?
      —Queremos ofrecerle a usted y su mundo la posibilidad de entrar en la asociación más grande de planetas de la galaxia, ¡la Federación!
      —Muy bonito. ¿Y qué ganamos nosotros con unirnos a vosotros, los de la Federación? Tal vez deberían ustedes saber que el otro día vino por aquí una nave parecida a la vuestra, pero de color verde, y uno de los que iba en ella, feo a rabiar, habló con mi primo Pablo Caliza…
      Todos se quedaron atónitos. ¡La Confederación se les había adelantado!
      —¿Llegalon a algún acueldo? —preguntó el oficial Nimoda.
      —Creo que no, porque según me dijo Pablo quedaron en volver otro día.
      Los demás respiraron tranquilos.
      De pronto, oyeron un ruido, algo así como un ladrido ronco, que sonó como un trueno. Tembló el suelo y todos los visitantes del espacio miraron hacia el cielo, para ver al causante de aquel terremoto.
      Era un dinosaurio de cinco metros de alto, y unos veinte desde la cabeza hasta el extremo de la cola.
      El monstruo dejó de saltar y corretear al llegar junto al nativo. Pero seguía meneando la cola, con grave peligro para todos.
      —¡Diplo! ¿Qué haces aquí? —preguntó Pedro Picarroca.
      El enorme animal miró a su dueño con gesto cariacontecido. Agachando la cabeza, se la sujetó con las patas delanteras, mientras el enorme rabo bajaba entre las patas traseras.
      Pedro Picarroca tuvo que irse a llevar a su gigantesca mascota.
      Keito Nimoda aprovechó para comunicarse con la nave. El capitán insistió en que había que conseguir la firma de aquella gente como fuera.
      —¡Aumenta la oferta! —sugirió—. ¡Ofréceles bonos descuento en Cibercompras!
      Nimoda aceptó. Tenía unos cuantos bonos, que esperaba usar por su cuenta, pero si el capitán lo ordenaba…
      Por fin, volvió el nativo Picarroca. Iba acompañado de otros dos nativos, un hombre y una mujer.
       —Este es el presidente Rocafina, hombre del espacio Nimoda. Está de acuerdo en firmar ese tratado, y por eso viene también la secretaria María Lapiedra.
      —Señol Locafina. Señola Lapiedla —Nimoda hizo una reverencia ante cada uno de los nativos.
      Hizo un gesto al sargento, quien sacó el documento de asociación. También preparó un bolígrafo modelo Núcleo Galáctico.
      Los nativos observaron con gesto extrañado el bolígrafo. Lapiedra lo comparó con el instrumento de madera que llevaba.
      —Curioso instrumento —dijo la chica.
      —Puede quedálselo, señola.
      Nimoda y Rocafina firmaron de forma solemne en sus respectivos lugares del documento. Nimoda usó el lápiz de madera ofrecido por la secretaria, asombrado por el primitivismo del instrumento.
      Tras la firma, Nimoda acompañó a los tres nativos en un rocabús descapotable, impulsado por los pies de varios nativos que empujaban.
      Visitaron las instalaciones de radio, donde Nimoda quedo atónito ante la mezcla de tecnologías: roca y madera, por un lado y electrónica de tubos de vacío por el otro.
      Para terminar, Nimoda repartió bonos descuento entre los presentes.
      Pedro Picarroca observó la tarjeta que le entregaron y cuando supo lo que era, gritó:
      —¡YAVADAVAYUUUUÚ!
      Keito Nimoda lo acompañó en su grito.

Capítulo 13
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