03 noviembre 2014

Jimmy Cara de Caballo - 1

Había una vez, allá por el Lejano Oeste, un vaquero llamado Jimmy Peterson. Tenía boca alargada y dientes grandes, por eso lo llamaban Jimmy Cara de Caballo.
      Jimmy tenía, ¡cómo no!, un caballo. Tenía un hocico tan parecido a Jimmy que el caballo era llamado Cara de Jimmy.
      Y así cabalgaban juntos por el desierto de Arizona, Jimmy Cara de Caballo y su caballo Cara de Jimmy. Cantaban aquello de...
      “¡Al 'ueste', vamos al 'ueste'! ¡Al 'ueste', vamos to's pa'llá!”
      Bueno, hay que decir que el que cantaba era Jimmy Cara de Caballo. Su caballo Cara de Jimmy se limitaba a relinchar. Pero, francamente, Jimmy cantaba tan pero tan mal que no había mucha diferencia entre su canto y los relinchos de su caballo.
   
      Estas son, ¡cielos!, las aventuras de Jimmy Cara de Caballo y su caballo Cara de Jimmy...


Episodio 1: Una silla nueva para Cara de Jimmy

Cierto día, al poblado de Burros City llegaron Jimmy Cara de Caballo y su caballo Cara de Jimmy.
      En Burros City había muchos caballos, y sobre todo era famosa la Tienda del Caballo Todo_Para_Su_Caballo. Allí Jimmy Cara de Caballo esperaba poder comprar una silla nueva para su caballo Cara de Jimmy.
      Nada más entrar por la Calle Principal (la única calle de Burros City), se les acercó el sheriff. Jimmy supo enseguida que era el sheriff porque tenía una estrella de placa sujeta a la camisa y porque dijo:
      -Soy el sheriff de este pueblo. ¿Qué se le ofrece forastero?
      -Busco una tienda de cosas para caballos.
      -¿Para usted o para su caballo?
      -Para mi caballo, por supuesto. Para mí deseo un trago de whisky y algo que comer.
      -El local de Joe es la Tienda del Caballo, y está tres casas más adelante. Podrá reconocerlo porque tiene un enorme cartel que puede verse desde las montañas. Al lado está el saloon como podrá comprobar nada más ver el letrero que tiene encima. Pone “SALOON”. Allí podrá comer y beber. Y si desea descansar, en lo alto del saloon está el hotel atendido por la Bella Mary. Eso sí, el caballo lo tendrá que dejar en las caballerizas.
      Jimmy no tuvo problemas para hallar la tienda de Joe. El enorme cartel ponía “LA TIENDA DEL CABALLO TODO_PARA_SU_CABALLO” y ya lo había visto dos millas antes de llegar al pueblo.
      Amarró al caballo Cara de Jimmy en la entrada y penetró por la puerta.
      -¿Aquí tienen sillas? -preguntó.
      -No, eso es al lado, en el saloon, caballero -respondió el negro Joe.
      -Quiero decir, sillas de montar.
      -¡Hombre, de esas sí que tenemos docenas! ¿Las quiere para usted o para su caballo?
      -Para mi caballo.
      -Es el que está en la puerta, ¿no es cierto?
      -En efecto. Y déme una que sea buena.
      -¿Tiene dinero? Las buenas sillas son caras.
      -Véalo usted mismo.
      Jimmy sacó de su bolsillo una bolsita que depositó en el mostrador. Sonó a metálico. La abrió y derramó una pequeña parte de su contenido. Eran pepitas de oro, unas pepitas enormes que hicieron abrir los ojos al negro Joe.
      -¡Caballero! ¡Tendrá usted la mejor de mis sillas de montar! Creo que le servirá a su caballo, vamos a probársela. Le valdrá tres de esas pepitas, si son de oro de buena calidad. Supongo que no le molestará que lo compruebe con Moisés, nuestro banquero judío.
      -¡No habrá problema! ¿Ha dicho tres pepitas? ¡Pues conforme!
      Tras probar la silla en Cara de Jimmy, Jimmy Cara de Caballo y el negro Joe fueron a ver al banquero.
      El Banco de Burros City era un local pequeño, atendido sólo por Moisés. Nada más verlos entrar, el banquero los saludó.
      -¡Joe, tú por aquí! ¿Qué se te ofrece? ¿Y puedo saber quién es este caballero?
      -Hola, Moisés. Este caballero es Jimmy y me va a pagar con oro. Quería que tú comprobaras si es oro del bueno. Y de paso lo guardas en tu caja fuerte donde jamás han llegado los ladrones.
      -¡Faltaría más! ¡Pero, por favor no os sentéis que se gasta la tapicería! A ver ese oro.
      Joe entregó las tres pepitas. El banquero las recogió con mucho cuidado, las pesó y echó a una de ellas una gota de un líquido que tomó de una pequeña botella, mientras mascullaba...
      -Sólo una gota del reactivo que está muy caro y este mes ya he gastado 15 gotas...
      Observó el efecto de la gota de líquido en el oro y dijo con toda seguridad:
      -Es un oro de gran calidad. Uno de los mejores que he visto. Lo guardaré con todo gusto en tu cuenta, Joe.
      -Muy bien. Caballero -dijo dirigiéndose a Jimmy-. Podemos irnos, ¿no?
      -Un momento, por favor -Jimmy sacó otra pepita de su bolsa-. ¿Puede cambiarme esta pepita por dinero? No tengo suelto.
      -¡Cómo no! -exclamó el banquero frotándose las manos-. ¿Le valen cien dólares?
      -Conforme -dijo Jimmy.
      Joe pensó para su coleto que aquella pepita valía al menos mil dólares, pero no dijo nada.
      Jimmy recogió los billetes que le entregó el banquero y, ahora sí, salió acompañado del negro Joe.
      Cara de Jimmy estaba muy contento con su silla nueva, y relinchó de puro regocijo. Pero Jimmy Cara de Caballo no montó, sino que llevó al caballo a la entrada del saloon.
      Dentro estaba el sheriff con otros dos hombres.
      -¡Vaya, pero si es el forastero! -dijo-. ¡Siéntese aquí con nosotros que nos falta uno para poder jugar una partida de póker!
      Jimmy se sentó con el sheriff y los otros dos hombres. Muy pronto estaban jugando al póker.
      Pero Jimmy no tenía ni idea del juego. Apostaba y perdía. Muy pronto perdió así los cien dólares que le había dado el banquero por su pepita.
      Empezó a apostar sus restantes pepitas y en poco tiempo su oro formaba tres montoncitos frente a cada uno de los tres contrincantes de Jimmy, mientras éste había perdido incluso el sombrero y la camisa.
      Por último, Jimmy decidió apostar la silla nueva que acaba de ponerle a Cara de Jimmy, pese a las protestas del caballo.
      -¡Trío de ases! -dijo Jimmy y enseñó sus cartas.
      -¡Escalera de color! -anunció el sheriff y mostrando sus cartas recogió el dinero de la mesa, y la silla de montar.
   
Por suerte, el negro Joe no tuvo inconveniente en devolverle a Jimmy la vieja silla de montar que tenía antes.
      De esa forma, Cara de Jimmy volvió a tener en su grupa aquella silla vieja que le molía la piel. Ya sabía él que no podía durar mucho la otra silla, tan cómoda y suave.
      Como ya no tenía dinero para dormir en el hotel de la Bella Mary, Jimmy Cara de Caballo salió del pueblo montado en su caballo Cara de Jimmy, mientras cantaba aquello de...
      -¡Al 'ueste', vamos al 'ueste'! ¡Al 'ueste', vamos to's pa'llá!
      Cara de Jimmy relinchaba de puro fastidio. ¡Mira que perder una silla tan estupenda!
      Y aunque no había nadie en el desierto para comprobarlo, quien oyera a los dos no sabría bien quién cantaba o quién relinchaba.



NOTA: Estos cuentos han sido publicados por Ediciones Idea

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