17 octubre 2014

Conflicto lejano 2

-2-

El teniente Prioter Zaligbrán había renunciado a la promoción a capitán para poder participar en la expedición de los gratenianos. Como ya estaba cubierta la plaza de capitán del grupo, su solicitud no fue admitida al principio, pues ya estaba considerado como capitán por el alto mando de Bistularde. Pero Prioter no quiso que lo destinaran a alguna plaza burocrática en Nueva Lima, o algo tan aburrido como eso, y decidió aprovechar la oportunidad. Pidió que no se tuviera en cuenta su próximo ascenso y de esa forma pudo cubrir la plaza de segundo al mando del capitán Diañez.
     En la Base Simón Bolívar se había habilitado un sector exclusivamente para la preparación de la misión grateniana, a la que algún gracioso denominó «Operación Pulpo»; todos deseaban que de ninguna manera llegase tal nombre al conocimiento de los gratenianos.
     Lo cierto es que los gratenianos ya lo sabían, y les había hecho gracia. Aunque no entendían el humor bistulardiano (ni el humano, en general), veían la analogía y no les molestaba. Era difícil saber lo que podía molestar a un grateniano; lo único seguro que no les gustaba era cualquier referencia a su vida sexual: por eso la costumbre de llamarles «ser» y usar pronombres neutros. Se sabía que tenían tres sexos y se hacían elucubraciones acerca de los detalles. Pero eran sólo eso, elucubraciones.
     Por otro lado, los gratenianos no reprimían su curiosidad ante cualquier detalle de la vida humana, incluidas las relaciones sexuales. Semejante curiosidad creaba innumerables problemas a los turistas entrometidos; pero salían bien librados por dos motivos: uno, que detrás de cualquier grateniano había miles de sistemas estelares, la mitad de la galaxia conocida; y dos, que todos ellos portaban un escudo que les hacía casi invulnerables, al menos frente a las armas habituales en un planeta.
     El teniente Zaligbrán comprendió que los aliens no iban a descubrir su talón de Aquiles dándoles toda la información posible sobre cómo superar el escudo. Pero ya era buen dato saber que no era por completo invulnerable.
     Mejor aún era tener un arma que superaba el escudo grateniano. El fusil G-25 disparaba balas de carbono o haces de energía. Y tanto la frecuencia de disparo como la de los haces estaban sintonizados con el escudo de los gratenianos enemigos. O así se lo habían dicho: hasta llegar al enfrentamiento no podrían confirmarlo, pues siempre cabía la posibilidad de que los facciosos descubrieran tal detalle y modificaran el generador seudo-aleatorio. Algo que el ser KUL-1025569 afirmaba que era «extremadamente improbable».
     El teniente era quien estaba más en contacto con la tropa, mientras el capitán se dedicaba más a labores de burocracia, como por ejemplo conseguir todos los permisos para que una tropa de humanos circulara por mundos gratenianos; o asegurar que los sueldos siguieran manteniéndose mientras viajaban por el espacio.
     Había ascendido a varios soldados, algunos a cabo y otros a sargento. Entre ellos estaban los dos sargentos Santirrodri y Kiloyandi. A ellos les explicaba los menores detalles del arma grateniana.
     —Han hecho un buen trabajo, como podrán ver —decía—. Se adapta perfectamente a nuestra anatomía, y su mantenimiento es mínimo. Vean como se desarma.
     Lina y Rober observaron con atención cómo se desarmaba el fusil y cómo volvía a armarlo.
     —La munición de carbono se coloca con estos cartuchos y ésta es la fuente energética, que puede conectarse a cualquier adaptador, o usarse cartuchos ya cargados como pueden ver.
     »Aquí tienen dos unidades para que las manipulen. No toquen el botón de disparo, para evitar accidentes.
     Esta última recomendación era innecesaria, pero ambos se callaron por respeto a un superior.
     Más tarde, los cinco sargentos, dos tenientes y el capitán fueron al salón de tiro a probar sus armas. Aunque usaron blancos estáticos se quedaron encantados con el funcionamiento.
     A continuación, los sargentos se dirigieron a la tropa para hacerles entrega de sus armas respectivas.
     Al día siguiente fueron probándolas en el salón de tiro por turnos. En eso estuvieron varios días, mientras se terminaba de acondicionar la nave de los gratenianos.
     Por fin, la nave estelar, limpia de radiación, se acopló a la torre de la base en Litos. Aún faltaba acondicionar los espacios para los humanos. No se incluirían instalaciones para hibernación, pues aseguraban los gratenianos que no harían falta: el trayecto apenas duraría 20 días, incluyendo el tiempo de acelerar y frenar y el efecto relativista de contracción del tiempo a bordo.
     El cuerpo expedicionario estaba formado por 996 humanos, con sólo tres oficiales y cinco suboficiales como mandos. También formaban parte del mismo tres gratenianos. Los demás gratenianos a bordo de la nave estaban fuera del contacto con los humanos.
     Durante unos días, los humanos prosiguieron con sus prácticas y su instrucción.
   
El día antes de la partida, los ocho mandos se reunieron para concretar las últimas instrucciones.
     El capitán tomó la palabra.
     —Como ya todos ustedes saben, soy el capitán Jeimi Diañez y he sido designado como la única persona que servirá de intermediario entre los mandos gratenianos y los humanos. Ustedes están bajo mi mando directo, y no han de obedecer a ningún grateniano, salvo porque yo expresamente así lo indique. Mi misión será mandar a todos los humanos de esta expedición, pero es evidente que yo debo seguir las consignas que me dicten los superiores. ¿Queda clara la cadena de mando?
     Todos respondieron al unísono «¡Sí mi capitán!»
     —Bien, ahora debo darles las instrucciones finales. Pueden interrumpirme si es para aclarar algún concepto, que igual se lo olvidan si lo dejan para el final.
     —¿Cuánto durará el viaje, capitán? —preguntó el teniente Zaligbrán.
     —Creo que veinte días, contando el tiempo para acelerar y frenar. Son 13,5 años luz, por lo que alcanzaremos unas velocidades relativistas increíbles, pero no olviden, señores, que los gratenianos están muy lejos de cualquier grupo humano en tecnología. Ya pudieron verlo en la nave lanzadera que nos trajo desde Bistularde.
     —Capitán, ¿es cierto que no hay equipo de cirugía en la nave? —preguntó Lina—. ¿No esperan tener problemas con la radiación?
     —Así es, sargento. Por lo visto, el escudo antirradiación es tan efectivo que no debemos tener los problemas típicos en nuestras naves cuando avanzan a gran velocidad. Además, al ser tan poco el tiempo efectivo, casi ni nos enteraremos. Así me lo han asegurado.
     —¿Y qué haremos cuando lleguemos al objetivo?
     —Gracias, teniente Loperriaga. A eso iba. Primero he de describir la situación, y luego la operatoria que hemos de seguir.
     »El planeta al que nos dirigimos es una colonia grateniana rebelde, que por motivos que no me han sido explicado se ha declarado en guerra contra la oficialidad. Hay un 30%, según datos recibidos por ansible, de territorio en manos oficiales y el resto está controlado por los facciosos. Descenderemos en la zona controlada y desde allí realizaremos incursiones para conquistar la mayor cantidad de terreno posible. Dependiendo del éxito o fracaso de nuestras acciones se decidirá el resto de las operaciones, pues no en vano se trata de una guerra cuyo final se aprecia incierto.
     »Los gratenianos harán sus propias operaciones de conquista en sectores alejados de los nuestros, por lo que no debería haber interferencias entre nosotros y los oficialistas. En otras palabras, tenemos libertad de acción, al menos en principio.
     —¿Cuándo iniciaremos los ataques? —preguntó Zaligbrán— ¿Y serán acciones de comandos reducidos o ataques en masa?
     —El comienzo lo decidiremos sobre el terreno, pero me parece mejor iniciar acciones de comandos a modo de prueba antes de decidir un ataque masivo. Y hacerlo pronto, para que no les de tiempo de organizarse. La idea de usar humanos en este conflicto es que el enemigo no pueda prever nuestra forma de actuar; a sus congéneres gratenianos los conocen bien y pueden prever cómo actuarán.
     —¿Sabe si hay otros grupos no gratenianos, aparte de nosotros?
     —Pues no me han informado de ello, Loperriaga. Si los hay, será en otros sectores y por lo tanto no debería importarnos.
     —Mi capitán —preguntó Kiloyandi—. Nos han entregado un fusil que está muy bien pero, ¿no tendremos más armas que el fusil?
     —De ataque, no. Pero ya sabrá que el fusil puede lanzar cargas energéticas, de gran capacidad explosiva. Son como misiles, ¿no?
     —Sí, señor, ¿pero no hay nada más?
     —No. ¡O sí! Olvidaba el escudo, que también es un arma aunque sea defensiva.
     —No lo hemos probado, capitán —observó Lina.
     —Se nos entregará en el campamento. No tiene mayor interés, es un cinturón que genera un campo alrededor del cuerpo, resistente a impactos de balas, metralla o radiación láser. Creo que no resiste una explosión, y por supuesto tampoco un proyectil que vaya sintonizado con el campo, pero eso ya lo saben.
     No hubo más preguntas y los ocho se dispersaron por la base. Los sargentos aún debían transmitir una parte de las instrucciones a los cabos y soldados del destacamento.
     Al día siguiente, toda la tropa humana embarcaba en la nave gratiniana.
     Los camarotes seguían el esquema de cualquier nave humana, no se apreciaba apenas diferencia. La tripulación a cargo de los bistulardianos era también humana, por lo que los aliens no se dejaron ver en ningún momento del viaje.
     Partieron de la base y de inmediato se inició la aceleración. Debía de ser enorme, pero en el interior no se apreciaba más que la gravedad artificial de siempre: la de Bistularde.
     Los veinte días pasaron a toda prisa. Casi nadie enfermó de radiación y todos mantuvieron el tiempo con instrucción militar, prácticas y entretenimientos diversos.
     Sin apenas darse cuenta, la nave entró en órbita alrededor de un mundo tipo terrestre, con tres lunas bien visibles y sin anillo ecuatorial.
     El capitán se reunió con toda la tropa en el comedor.
     —Bien, señores, bienvenidos al planeta 455.852.552.201, tal y como me han dicho los mandos que se llama. Sí, es un simple número pero para nosotros será «El Mundo Rebelde». Descenderemos en un continente del norte, según el criterio general respecto a la rotación del planeta. La mitad del continente está bajo control y la otra mitad es lo que debemos conquistar. Nuestro campamento estará lo bastante lejos del frente como para estar tranquilos, pero tendremos voladores para buscarles las cosquillas al enemigo en el frente cuando así lo decidamos. Eso es todo, prepárense para descender en las lanzaderas.
   
El campamento apenas se podía distinguir de cualquier otro campamento humano en Bistularde. Sólo la presencia de las tres lunas, algunas plantas extrañas y la menor gravedad les recordaban que no estaban en Bistularde sino en un planeta perteneciente a los gratenianos.
     En cuanto a los nativos, apenas se dejaban ver de manera ocasional. Había una ciudad, por supuesto aliada, a pocos minutos en vehículos terrestres, pero ya le habían advertido al capitán que los humanos no serían bienvenidos, ni siquiera como visitantes. Tal vez los gratenianos fueran unos entrometidos en los mundos humanos que visitaban, metiéndose en los lugares más increíbles e ignorando las sugerencias de prohibición; pero en sus propias tierras se mantenían celosos de su intimidad y no dejaban que otros seres pudieran andar a sus anchas.
     Había vehículos terrestres y voladores, de claro diseño humano; de hecho muy parecidos a los del ejército de Bistularde. Lina Santirrodri sabía pilotar uno de esos voladores, y estaba en la cabina con el teniente Zaligbrán haciendo planes de batalla.
     —Llegamos al punto marcado, nos orientamos e iniciamos el ataque en dirección sureste, ¿de acuerdo, teniente?
     —Exacto, sargento. Su grupo de veinticinco se desplegará por esta colina, disparando contra el enemigo, que está aquí y aquí.
     Zaligbrán señalaba en el holomapa mientras hablaba.
     —Espero que la codificación de nuestras armas para impactar en el escudo del enemigo funcione como está previsto. Aunque yo prefiero lanzar un haz explosivo y olvidarme de tanto código.
     —Sargento, haga lo que se le ha ordenado. Los haces explosivos consumen la carga del arma en pocos disparos. Use disparos normales, por lo menos mientras resulten eficaces. Dispondrá de más munición útil, y por lo tanto podrá acabar con un mayor número de enemigos.
     —¿Y si dejan de serlo?
     —En tal caso, actúe según su criterio, sargento.
     —Espero que todo salga bien, teniente. Para serle sincera, hay algo en toda esta operación que no acaba de convencerme. Por ejemplo, si descubrimos algún talón de Aquiles en el escudo de los gratenianos, ¿nos dejarán difundirlo a los demás mundos humanos? Tal vez no quieran que se sepa, ya me entiende.
     —La entiendo a la perfección, sargento, pero le sugiero, no, mejor se lo ordeno, que no piense en esas cosas. En este momento podría rozar la sedición.
     —¡A la orden!
     —Así está mejor.

-3-

La sargento Lina Santirrodri pilotaba el volador con otros veinticuatro hombres, hacia el objetivo designado en el mapa como «colina A-14». Había elegido pilotar la nave porque así podría hacer un primer reconocimiento aéreo del terreno. Pudo ver al enemigo que defendía la pequeña loma.
     Aterrizaron a una distancia prudente. Se desplegaron de inmediato.
     —He observado que el enemigo se ha colocado en forma de triángulo. Son unos treinta, al menos los que están a la vista. Nuestro objetivo será coronar la cima y desde allí desplegar una torre de vigilancia automática. Pero el verdadero objetivo es estudiar la mejor forma de batallar con estos alienígenas. Así que cualquier información útil que puedan proporcionar al término de la batalla podría ser necesaria. No quiero actos de valentía.
     —Parece que nos han visto —dijo uno de los cabos.
     —Así es, porque el vértice apunta a nosotros. Bien, ¡desplegarse en línea para rodearles!
     Lina se quedó en el centro. Los demás se fueron colocando hasta formar una línea bastante recta, a pesar de las irregularidades del terreno. La sargento hizo un gesto y los extremos se desplazaron hacia delante, para rodear al triángulo enemigo.
     Cuando ya estaban relativamente cerca, Lina dio la orden de disparar.
     Los fusiles deberían estar acoplados con el escudo del enemigo, de tal manera que las balas lo pudieran atravesar. Tres gratenianos cayeron al suelo, demostrando que sucedía lo previsto. Pero a Lina le parecieron pocos: o su gente tenía poca puntería o el escudo era más eficaz de lo previsto. Debía ser lo segundo, pues recordaba la eficacia de tiro mostrada en los entrenamientos.
     —¡Mierda! —dijo—. El escudo aguanta.
     Los otros también dispararon. Los haces energéticos fueron detenidos por los escudos de los humanos.
     Nuevos disparos de los bistulardianos y cuatro gratenianos cayeron.
     Pero de un lado aparecieron diez enemigos más.
     En cuestión de minutos se había generalizado el enfrentamiento. Para Lina quedaron claras dos cosas: una, que el número de enemigos era mayor del previsto, porque se habían escondido; y dos, que los escudos del enemigo eran más difíciles de batir de lo previsto. Al menos los escudos propios aguantaban.
     De pronto, el cabo que iba a su lado cayó envuelto en sangre. Lina lo tocó un momento para saber que estaba muerto.
     —¡Todos a cubierto! —gritó.
     Justo a tiempo, pues dos hombres más cayeron con el pecho destrozado. Sus escudos ya no funcionaban.
     —¿Qué coño pasa, sargento? —preguntó la única mujer del grupo, aparte de Lina.
     —Parece que los escudos ya no sirven. Debemos seguir disparando, pero a cubierto. Vamos a movernos a rastras. ¡Cuerpo a tierra!
     Se arrastró hasta llegar tras una roca. Desde allí pudo ver a dos gratenianos apuntando a donde se escondían los suyos.
     Disparó una carga de alta potencia. Le satisfizo ver como la explosión alcanzaba de lleno a uno de ellos.
     —¡A la mierda los escudos! ¡Cargas de potencia contra ellos! —gritó.
     En cuestión de minutos, el número de individuos enemigos se redujo hasta unos diez, que huyeron, dejando la colina libre.
     Los humanos corrieron hacia la loma. Allí desplegaron la torre de vigilancia y luego pudieron volver al volador. No fueron molestados en todo el momento.
     Recogieron a los tres cuerpos y se los llevaron al campamento.
     Una vez allí supieron que otro grupo similar, de 25 miembros, fue diezmado hasta el punto de que los quince supervivientes se lanzaron a una vergonzosa retirada hacia su volador. Sólo llegaron diez al campamento, y los cadáveres quedaron tendidos en el suelo. Habían perdido, además, al sargento al mando y al piloto del volador; por suerte, el regreso pudo hacerse en automático.
     El cabo superviviente de ese grupo, junto con la sargento Santirrodri, se reunieron de urgencia con el capitán y los dos tenientes.
     Contaron sus respectivas experiencias y al final, el capitán preguntó:
     —¿Qué creen ustedes que ha sucedido?
     —Mi capitán —respondió Lina—. Parece claro que nos la han jugado. Los escudos no son tan invulnerables como creíamos.
     —Y eso coincide con la información que me han pasado del alto mando. Por lo visto los rebeldes han logrado duplicar nuestros códigos. Vamos a tener que cambiarlos de inmediato.
     —Y esa solución, ¿por cuanto tiempo nos servirá? —preguntó el teniente Loperriaga.
     —Hasta que el enemigo desentrañe el nuevo código.
     —Y lo sabremos porque nos empiezan a matar, ¿no es cierto, capitán? —observó Lina.
     —Tiene razón, sargento. Creo que su sugerencia de ignorar los escudos es buena, lo mismo que la de usar la máxima potencia de fuego. Según su informe, con disparos normales la eficacia fue pobre, ¿no es así?
     —Así es, capitán. Si no fuera porque conozco bien a mis hombres de las prácticas de tiro, diría que tienen menos puntería que un pedo. Como se que no es así, supongo que puntería sí tenían, pero los impactos no afectaban, porque los escudos del enemigo son más fuertes de lo que nos dijeron.
     —Igual que han sabido superar los nuestros, habrán buscado la manera de potenciar los suyos —comentó el teniente Zaligbrán.
     —Tiene razón, teniente. Bien, creo que a partir de ahora modificaremos nuestra estrategia, según las sugerencias de la sargento. No fiarnos de los escudos propios, manteniendo el cuerpo a cubierto todo lo que sea posible, incluso en los desplazamientos. Y máxima potencia de fuego al disparar, aunque así la munición se gaste pronto. Ya me las arreglaré para que los mandos nos den más recursos; creo que tengo argumentos suficientes. Dieciocho bajas de cincuenta es un porcentaje muy malo. Por cierto, cabo, ¿se considera preparado para un ascenso? Necesito un suboficial, así que quédese para hablar conmigo, si estos tres señores son tan amables de irse. ¿O tienen algo más que decir?
     —¡Nada más, capitán!
   
Al día siguiente, un grupo comandado por el sargento Kiloyandi se dirigió al segundo de los objetivos. Rober había hablado con Lina y ésta le transpimtió sus ideas para que las pusiera en práctica.
     Salieron del volador, aunque en él se quedó el piloto, pues no querían arriesgarse a perderlo. El aparato podía volver en automático, pero no era recomendable.
     El sargento distribuyó a sus hombres en dos grupos. El enemigo se había dispuesto en el clásico triángulo, con el vértice apuntando a donde se encontraban los humanos.
     —Ya lo saben —indicó Kiloyandi—. Olvídense del escudo, avancen cuerpo a tierra o bajo cubierto si pueden caminar. Disparen cuando tengan un objetivo claro y usen máximo potencia. ¡Acaben con esos pulpos!
     Cada uno de los grupos se desplegó por un flanco. Rober lo hizo por el de la derecha.
     Los gratenianos rebeldes no sabían qué hacer con esos seres que se movían como reptiles. Ellos eran incapaces de hacerlo, por su anatomía, y simplemente no sabían como actuar. Intentaban dispararles, pero se les hacía muy difícil.
     En cambio, para los humanos bastaba con apuntar a un grateniano, estando a cubierto, para acabar con él de una explosión. Sus escudos no resistían tanta energía.
     Poco a poco, el número de enemigos se fue reduciendo. Los bistulardianos iban subiendo por la colina, ganando terreno paso a paso.
     Por fin, cuando ya quedaban unos ocho rebeldes, salieron huyendo, dejando la colina en manos humanas.
     Rober alcanzó la cima y dio instrucciones para instalar la torre de control.
     Regresaron con una profunda sensación de victoria. ¡Ni una sola baja!
   
Desde ese momento, la estrategia a seguir para los ataques fue muy similar. Los humanos usaban sus escudos pero actuaban como si no los tuvieran. Y el alto mando aceptó gastar más potencia de fuego, ignorando estrategias destinadas a superar los escudos enemigos: los anulaban a base de pura potencia energética.
     Comenzaron los avances en masa: grupos de varios centenares de humanos avanzaban, con dificultad, pero derrotando a los gratenianos.
     Era inevitable, pero por fin los rebeldes descubrieron como disparar a los llegados de Bistularde. Hubo algunas bajas, aunque nada que no pudiera tolerarse.
     A los treinta días del inicio de la lucha, se había recuperado la mitad del terreno y las bajas humanas no llegaban a cincuenta.
     Una de esas bajas fue el sargento Rober Kiloyandi. Lina lo sintió mucho, pues había empezado a sentir algo más que el mero compañerismo hacia él. Derramó unas lágrimas, pero sólo cuando se encontró a solas en su tienda de campaña.
     El campamento seguía en el mismo lugar, pues no valía la pena trasladarlo hacia el frente, aunque éste se alejara día a día. La ciudad de los gratenianos amigos estaba allí, y un día Lina decidió visitarla aprovechando un permiso.
     No se recomendaba la visita, pero tampoco es que estuviera prohibida de una manera expresa.
     Lina era consciente de que su presencia podía no ser bien recibida, pero estaba dispuesta a hacer la prueba. Quería conocer gratenianos a los que no tuviera que dispararles.
     Llevaba un traductor, cortesía del alto mando para los oficiales y suboficiales.
     El transporte la llevó a lo que parecía el centro de la ciudad. Era como una plaza, pero sólo porque era un hueco entre las numerosas edificaciones. Los gratenianos se anclaban a la superficie de sus planetas, no les gustaba vivir en anillos ecuatoriales como muchos humanos. Los edificios gratenianos eran mastodónticos, de kilómetros de alto. Lina sabía que en la Tierra llegaron a haberlos antes del contacto con los gratenianos y la construcción de la Ciudad Ecuatorial; aquellos edificios terrestres tenían capacidad para cientos de miles de personas. Por tanto, en estos edificios del planeta grateniano debería haber un número equivalente de individuos.
     Ni se planteó entrar en uno de tales edificios para saberlo. Se quedó en la plaza.
     Los viandantes la miraban; algunos la señalaban con sus apéndices superiores. Otros se limitaban a ignorarla.
     Por fin, uno se acercó a ella.
     —Ser ¿humano? —tradujo el aparato que Lina portaba.
     —Así es, ser grateniano del planeta 455.852.552.201.
     El traductor convirtió las palabras de Lina en sonidos comprensibles para el otro.
     —Asumo que procede del batallón de humanos que está luchando, ¿no es así?
     —Pues así es, en efecto. Estamos luchando por ustedes, eliminando a los rebeldes.
     —Debo contradecir al ser humano, porque yo soy uno de los que ha llamado rebeldes. Somos seres que luchamos por nuestra independencia.
     Lina se quedó atónita.
     No sabía qué hacer. ¡Aquel grateniano era un enemigo! Temió por su vida, y recordó sus habilidades para la lucha cuerpo a cuerpo. No llevaba armas pero si la atacaban, ¿cómo se defendería de aquellos tentáculos rígidos?
     Ya vería. Entre tanto, optó por seguir la conversación. Si aparecían otros, en tal caso intentaría huir.
     —Ruego al ser grateniano se explique mejor. No lo consideraré enemigo si no muestra intenciones hostiles hacia mi persona. Aceptaré hablar en esas condiciones.
     —Exacto. Simplemente, hablemos como seres civilizados.
     Y así fue. Conversaron un buen rato, solos en medio de la plaza. Nadie les molestó.
     Lina se fue al fin, y volvió al transporte para regresar al campamento.
     Estaba llena de confusión. Todos sus esquemas se habían roto en pedazos.
     Tal vez debería hacer algo nuevo.
     Y muy peligroso.
   
(continuará)
Enlace a la primera parte

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