16 octubre 2014

Conflicto lejano 1

PRÓLOGO

Durante varios siglos, Bistularde no ha conocido conflictos de importancia. A veces algún loco ha pretendido ser un general al estilo antiguo, pero sus intentos se han quedado en la intervención de la policía, y luego de los reparadores mentales.
     Los ejércitos y las bases militares se mantienen como garante de la paz (eso dicen), pero muchos creen que su labor es innecesaria. Lo cierto es que los soldados se aburren y han de entretenerse con juegos de guerra, lo que ellos llaman maniobras. Y muchos de los locos que surgen en ocasiones proceden del ejército, con lo que hay quien opina que más que solución, el ejército es un problema.
     Lo mismo sucede, en realidad, a la mayor parte de las colonias humanas. Los bistulardianos no son los únicos.
     En Bistularde, el ejército se muere de ganas por participar en una guerra. No puede haberla en territorio local, ni pueden dedicarse a la conquista, como en los viejos tiempos guerreros de la Tierra. Pero tal vez en algún mundo alienígena…

-1-

En la vieja base militar Simón Bolívar, todos estaban desconcertados. Algunos incluso temerosos, aunque por supuesto un militar jamás reconoce tener miedo ante los demás. Pero tras largos siglos de paz, una nave desconocida se dirigía hacia ellos a velocidad increíble. Y con semejante velocidad, tenía que tratarse de una nave de guerra.
     Apenas cinco años atrás, se había detectado un flujo muy intenso de neutrinos dirigido a Bistularde. Eso significaba que una nave estaba decelerando en ruta hacia el planeta.
     El problema era que toda nave debía identificarse a través del ansible. Y esta no respondió a las perentorias llamadas que se le dirigieron.
     Peor aún, no se sabía de ninguna nave de carga o pasajeros que tuviera ese flujo de energía, resultaba más propio de una nave militar. Y no había constancia de que nave militar alguna estuviera viajando a velocidad elevada hacia el sistema bistulardiano.
     Viajar a velocidades muy cercanas a la luz implica someter a todos los pasajeros a una radiación intensa, por mucha protección que se pueda poner. Por eso, las naves de carga y pasaje jamás superan el 0,1c. Los viajes se hacen eternos (unos dos siglos entre Bistularde y la Tierra), con todo el mundo en hibernación, tripulación incluida. En esas condiciones, los efectos de la radiación son muy pocos.
     Sólo las naves de guerra superan esas velocidades, y nada más cuando una situación de emergencia así lo requería. Una parte del pasaje quedará enfermo de radiación (incluso había muertos), pero es algo asumido y aceptado por todos.
     Según los cálculos, esta nave se movía a [c–9,8E-5], es decir un 99,99% de la velocidad de la luz. A semejante velocidad, 10 años luz se recorrían en 50 días para los tripulantes (aunque serían prácticamente 10 años de viaje para el resto del Universo); no habría necesidad de hibernación, pero la cantidad de radiación recibida sería brutal.
     Y ninguna nave humana podía desarrollar semejante velocidad, otro dato a tener en cuenta.
     De hecho, la nave estaba frenando, pues por eso se había podido captar el flujo de partículas. Era cuestión de esperar. Y prepararse para lo que fuera.
     Meses antes de la llegada de la nave, la base entró en alerta de nivel 1. Esperaban un ataque, aunque sin fecha definida.
     Cuando se confirmó que la nave se dirigía a la base situada en Litos, la alerta pasó al nivel 2, con vigilancia continua.
     Ya era visible cuando se ordenó alerta 3, preparación para ataque inminente.
     Y entonces se recibió una transmisión, en onda de radiofrecuencia con el mismo código interestelar usado en el ansible.
     «Ansible averiado. No posible contactar antes. Nave grateniana pacífica, sin intenciones bélicas. Rogamos admisión a bordo Base Litos, tan pronto hayamos limpiado la radiación»
     ¿Gratenianos en una nave militar? Ahora se podía entender que pudiera ir tan deprisa. Tenían tecnología para eso, y más.
     Los gratenianos eran la especie más desarrollada de la galaxia conocida. Cerca de la mitad de los planetas habitados estaban ocupados por gratenianos. Siendo la civilización dominante, nadie se atrevía a enfrentarse con ellos. De hecho, aunque se sospechaba que debían tener naves de guerra, nunca se había sabido de una nave grateniana que no fuera de comercio o turismo.
     Daba igual. Si una nave grateniana llegaba a Bistularde, había que tratarla con mucho tacto. Ofender a la Confederación Grateniana era un riesgo que nadie podía asumir.
   
Antes de acceder a la base en Litos, la nave grateniana debía limpiar su radiación exterior. El protocolo era el que siempre se aplicaba a las naves militares que llegaban a velocidades relativistas, y consistía en permanecer en órbita de Grisanda, otro satélite del gigante gaseoso Trominda. Litos también orbitaba el planeta, pero más hacia dentro. Grisanda era un mundo de gran tamaño, como la Luna de la Tierra, adecuado para el descenso de cualquier nave de aterrizaje. Algo conveniente para la tranquilidad de la tripulación mientras se veían obligados a permanecer en cuarentena. Por otro lado en Grisanda no había nada de interés, ni siquiera vida, en su superficie a unos 75 grados Kelvin. Por lo tanto, tampoco había peligro de contaminación.
     La nave grateniana se dirigió a Grisanda, tal y como se le había pedido. Pero mientras lo hacía, en Litos se recibió una nueva solicitud.
     «Pedimos autorización para que nave auxiliar, limpia de radiación, se dirija a Bistularde. Deseamos contacto personal con la Liga de Ciudades de Bistularde, por asunto de seguridad galáctica»
     No podían negarse. Aunque era extraño que una nave auxiliar tuviera recursos para recorrer medio sistema solar y descender en el planeta, no era imposible: los gratenianos tenían la mejor tecnología galáctica (no en vano ellos mismos habían ofrecido a la Tierra los medios para viajar a las estrellas). Además, siendo cosa de «seguridad galáctica» lo obligatodo era aceptar. Y también pasar aviso a la Liga, para que recibiera a los embajadores como era debido.
     Por cierto, desde que estaba completo el Cinturón Ecuatorial de Bistularde, ya no era necesario que los gratenianos descendieran al planeta, pues podían conectarse al puerto espacial y bajar por un ascensor. No obstante, si querían bajar, habría que darles el permiso. No era conveniente ir en contra de la voluntad de los gratenianos, en eso coincidía todo el mundo.
     La nave auxiliar grateniana salió del vientre de la nave nodriza y puso rumbo al planeta principal. Tal y como habían supuesto, tenía forma aerodinámica y solicitó permiso para bajar a la superficie de Bistularde, algo muy poco frecuente desde hacía ya siglos.
     El viejo aeropuerto de Nueva Lima tenía capacidad para naves espaciales. Allí descendió el vehículo de los gratenianos.
     Los seres con forma de pulpo, pero con soportes rígidos en vez de tentáculos, salieron sin apenas protocolo. Un representante del gobierno de la Liga les recibió y les llevó, en un vehículo semivolador, al palacio presidencial.
     Los gratenianos permanecieron apenas dos días en Nueva Lima. Luego se marcharon hacia su nave, aún en órbita de Grisanda. Aunque dos de ellos se quedaron en la ciudad, preparando un local y con la ayuda de las autoridades locales.
   
Lina Santirrodri oyó sonar el comunicador cuando se estaba desayunando. Tras una rápida mirada a su pecho (estaba presentable), encendió el visor para responder.
     Reconoció la cara de inmediato.
     —¡A sus órdenes mi sargento!
     —Lina, ya no está a mis órdenes. Parece que olvida que hace ya una semana que se licenció. Ya no soy «su sargento». Incluso puede cagarse en mi madre si le apetece.
     —Pues me cago en su estampa, sargento. ¿Por qué coño viene a molestarme a estas horas? —la cara sonriente desmentía el tono de lo dicho.
     El sargento también sonrió.
     —¡Eso está mejor! Bien, Lina, le llamo porque he recibido una comunicación del Alto Mando que podría interesarle. Va dirigido a soldados en ejercicio o recién licenciados, que se mantengan en forma.
     Lina leyó rápidamente el texto que apareció en pantalla.
     «Nave grateniana solicita voluntarios, soldados en ejercicio o recién licenciados. Misión de guerra en mundo grateniano»
     Había más datos, como la gratificación (más que generosa) y una dirección de Nueva Lima para contactar.
     —¿Quiénes diablos son los gratenianos? ¿Algún pueblo alien?
     —Algo así, Lina. Bueno, que disfrute de su desayuno, seguro que será mejor que el mío. Hoy tenemos gachas otra vez. ¡Puaj!
     —Chao, sargento.
     Se cortó la señal.
     Lina no siguió con su desayuno. Se conectó a la red, buscando información sobre los gratenianos. Le sonaban de haberlos oído alguna vez…
     Dos minutos más tarde, ya estaba decidida a presentarse voluntaria. ¡Dominaban media galaxia!
   
Tener que bajar al planeta no dejaba de ser una putada, pensó Lina. Pero la oficina de reclutamiento estaba en Nueva Lima, como en los viejos tiempos, cuando no existía el Cinturón Ecuatorial.
     Lina tomó el ascensor más cercano, cuatro días de viaje, y luego el hipertren que la dejó bajo el subsuelo de la capital. Un taxi robot la llevó a la oficina de los gratenianos.
     En la puerta había un vigilante, que comprobó sus datos.
     —Lina Santirrodri, ¡adelante!
     Y vio al primer grateniano de su vida.
     Era un pulpo, o calamar, del tamaño de una persona, o más bien algo mayor. Lina le calculó más de dos metros de altura. El color era rosa amarillento, y tenía los tentáculos rígidos, no flexibles como un animal marino. (Más que tentáculos, eran soportes columnares, con un esqueleto interno para mantenerlos en pie, pues eran seres terrestres, no acuáticos). Dos de los tentáculos sí eran tales, y actuaban como brazos. Los soportes columnares estaban decorados con múltiples objetos, a modo de brazaletes. Lina no tenía ni idea de si eran adornos, vestidos, signos de rango o aparatos.
     Completaban la imagen dos enormes ojos, oscuros, en el mismo lado de su «cara» y bajo ellos unos orificios que tanto podrían servir como bocas que para respirar u oír.
     El alien usaba un traductor para hablar.
     —Según nuestros datos, usted es el ser Lina Santirrodri.
     —Así es. Y usted es el señor… ¿o señora?
     —Le ruego no utilice referencias sexuales al hablarme, tal y como yo tampoco las utilizo, ser Lina Santirrodri. Yo soy el ser de código KUL-1025569. Puede llamarse «ser KUL». ¿Cómo desea usted que le llame, ser Lina Santirrodri?
     —Con Lina me basta. Y disculpe, ser KUL.
     —Ser Lina, tenemos buenas referencias de usted. El ser Sargento Gutiezón ha dado buenos datos de sus acciones mientras ha estado de servicio. Aunque ustedes no hayan tenido acciones de guerra en varios siglos, se mantiene la operatividad de sus ejércitos. Por eso estamos reclutando humanos de Bistularde para una acción en un mundo cercano.
     —¿Podría recibir más detalles?
     —Sólo si le encontramos apta para nuestras necesidades. Y será bajo condición de secreto, tanto si acepta como si declina nuestra oferta.
     Lina no hizo más preguntas. Mientras pasaba al reconocimiento físico (hecho por un humano), pensó que el sargento se había portado bien si las referencias que dio de ella eran buenas.
     Media hora más tarde, Lina firmaba el contrato. Disponibilidad inmediata para embarcar en una nave de guerra grateniana, encuadrada en una división al mando de un humano (no sabía si era de Bistularde, de la Tierra o de otro planeta), pero bajo la autoridad de los gratenianos.
     Ni siquiera sabía que hubiera una nave militar de los gratenianos en la Base Bolívar. Debía esperar a que terminara la limpieza. Y mientras tanto, se familiarizaría con el equipo militar.
     Y con sus compañeros de división.
   
La lanzadera gratetiana estaba atracada en el puerto nº 1, el más cercano a Nueva Lima (aunque a miles de kilómetros al sur, ya sobre el continente Beta). Si bien las autoridades de la Liga permitieron un primer descenso de los gratenianos a la superficie del planeta, dejaron claro que no les hacía mucha gracia que sus vehículos bajaran, habiendo unos preciosos puertos espaciales en el Cinturón. Los gratenianos aceptaron, pero fue más por hacerles el favor que no porque realmente quisieran: estaban muy acostumbrados a que se hiciera lo que ellos querían; de hecho se sintieron tan sorprendidos por la petición que aceptaron de inmediato.
     Era un vehículo adaptado a las necesidades humanas, con capacidad para 50 personas de gran estatura, como los bistulardianos (los asientos estaban bien separados). Pero no tenía camarotes, lo que ya era sorprendente.
     Lina cayó en la cuenta cuando le indicaron el asiento donde debía colocarse. Llevaba varios días de viaje en el ascensor espacial, tras una hora en el hipertren desde Nueva Lima; en el ascensor había disfrutado de camarote individual, aunque le salió algo más caro que las habitaciones compartidas.
     Miró a su alrededor. Había doce filas de asientos, situados en parejas de dos a ambos lados de un pasillo, más dos asientos aislados en la parte delantera. Detrás estaba el espacio reservado para los gratenianos, al que no se podía acceder pues los aliens eran muy celosos de su intimidad.
     Era exactamente igual que un vehículo aéreo. Incluso el retrete seguía el mismo modelo.
     Al lado de Lina se sentó un chico. Rober Kiloyandi, dijo llamarse. Ella comprendió que no tenía otro remedio que entablar conversación con él, o aburrirse durante todo el trayecto… durase lo que durase. Así que abrió fuego con una pregunta:
     —¿Sabes si el vuelo durará mucho?
     —Ni idea. Nadie lo sabe, por lo visto.
     —Lo digo porque no hay camarotes. ¿Dónde vamos a dormir?
     Rober miró a su entorno.
     —Pues parece que tienes razón. Al menos no están a la vista. Supongo que el viaje será corto, y no nos harán falta. O están por ahí, escondidos bajo una puerta que aún no nos han mostrado.
     —O esperan que durmamos en estos asientos.
     —¡Espero que no! Parecen ser cómodos, pero no para dormir en ellos.
     La conversación pasó a temas más personales, como la experiencia militar de cada uno. Rober era soldado de infantería y tenía ganas de algo de acción.
     —¡Llevamos siglos sin una maldita guerra! —dijo—. No puedo desperdiciar esta oportunidad de tener acción de verdad, no esas estúpidas maniobras.
     —Pues yo me alegro por tanta paz. Me apunté al ejército porque me gustan las armas y los uniformes, pero en el fondo me considero una persona pacífica.
     —¿Y por qué has aceptado unirte a esta misión? Acabas de licenciarte, me has dicho.
     —Probar algo distinto. Tengo curiosidad de ver como es la vida en un mundo no humano. Y la posibilidad de viajar a otro planeta no es algo que resulte simple para una mujer vulgar como yo. No soy artista, ni científica, ni comerciante. Tampoco política, ni astronauta. Me di cuenta de que tenía muchas probabilidades de pasar toda mi vida en Bistularde, y sin alejarme del Cinturón. Así que decidí aprovechar para viajar a otro planeta; y siendo no humano, ¡pues mejor!
     —¿Nunca habías visto un grateniano?
     —Nunca. ¿Y tú?
     —Antes de entrar en el ejército, mi padre vendió unos juguetes a un grateniano de visita, en nuestro sector del Cinturón. Nunca supe si realmente sabía usar aquel objeto.
     —¿Qué era?
     —Un rompecabezas de plástico. Una figura que has de armar montando las piezas de una forma determinada. Tenía medio millón de piezas y requería un nivel alto de inteligencia para armarlo; aparte de mucha paciencia.
     —¿Crees que sería capaz de montarlo?
     —Eso si no se lo comió, o lo dejó de adorno. Cosas más raras se han visto con los turistas no humanos.
     —¿Y con turistas humanos? ¿Has tenido tratos?
     —Con dos mujeres de la Tierra que me pidieron hacer un trío. Están obsesionados con ese asunto de los tríos. Por lo visto creen que a todos en el planeta nos gustan.
     —Lo mismo me ha sucedido a mí. Un matrimonio de Marte me pidió participar en sus juegos. Les mandé a la mierda. Con educación, eso sí.
     Mientras tanto, la nave se había llenado. Un aviso en la pantalla les hizo revisar sus sujeciones (ambos se había puesto los arneses de seguridad nada más sentarse).
     Tras salir del puerto espacial, la nave pasó a tener gravedad. Ahora el pasillo realmente tenía sentido, pues había un arriba y un abajo. Y servía para caminar por él, en vez de ir flotando sobre los asientos.
     De pronto, todos sintieron una fuerte aceleración hacia atrás. La nave había activado sus motores y se alejaba con gran rapidez del planeta.
     Cosa curiosa: a pesar de la aceleración, la gravedad artificial mantenía su dirección habitual. Como era lógico, Lina no quiso levantarse de su asiento para verificarlo, pero sentía más la dirección de su peso que la debida a la aceleración; algo que parecía ir en contra de las leyes del movimiento.
     Una hora de aceleración más tarde, Bistularde era apenas un puntito lejano, allá atrás en el espacio.
     —Parece que no nos harán falta los camarotes —comentó Rober—. No tengo ni idea de la velocidad que llevamos, pero es enorme. Llegaremos a Litos en pocas horas.
     —¡Pero eso son velocidades casi relativistas!
     —Sin el «casi». La luz tarda unos 30 minutos en promedio en llevar a Litos. Si tardamos tres horas, estaremos moviéndonos a un décimo de la velocidad de la luz. Si tardamos seis horas, lo haremos a medio décimo.
     —¿Una nave tan pequeña como ésta?
     —Sabemos poco de lo que pueden hacer estos gratenianos. No olvides que fueron ellos quienes nos regalaron el viaje por el espacio y el ansible. Hace ya varios siglos. Miles de años, más bien.
     —Tienes razón.
   
Llegaron en pocas horas hasta la órbita de Trominda, el gigante de gas cuyo satélite, Litos, era la base militar Simón Bolívar. La nave estelar grateniana aún estaba en plena limpieza, cerca de Grisanda.
     La lanzadera descendió en Litos, y los humanos entraron en la base. Los gratenianos a bordo, que apenas se habían dejado ver durante el viaje desde Bistularde, se quedaron en ella.
     La nave partió a buscar un nuevo contingente, y los mercenarios fueron recibidos por un humano con uniforme de teniente. Era claramente un nativo de Bistularde, no un mestizo.
     Todos se cuadraron ante el oficial.
     —¡Descansen! Soy el teniente Zaligbrán y, como algunos habrán observado, soy un nativo, jilokano para ser más preciso.
     Hubo un murmullo de sorpresa entre la tropa. Si ya era raro que un nativo entrara en el ejército, mucho más raro que se tratara de un jilokano; y aún más extraño que llegara a ser teniente. Pese a los siglos transcurridos, los jilokanos aún tenían esa aureola de salvajismo que encontraron los primeros colonos.
     —Me gusta presentarme así, para ver las reacciones, y ustedes han actuado como yo esperaba. No, yo no como gente aunque si alguno se lo merece, tal vez rompa mi costumbre y vuelva al canibalismo…
     Se echaron a reír. Estaba claro que el teniente no hablaba en serio.
     —Así está mejor. Bien, pasemos a asuntos más serios. Ustedes están aquí para luchar a favor de los gratenianos que nos han llamado para echarles una manita. No me gusta el término «mercenario», aunque alguno de ustedes así se considere. No luchamos por dinero, luchamos por honor. Una facción contraria a nuestros amigos le ha plantado batalla y para eso vamos a luchar. ¿Queda claro?
     —¡SÍ, SEÑOR! —gritaron todos al unísono.
     —Bueno, vamos a ver lo que sabemos de los gratenianos. Y no me refiero a que tienen aspecto de pulpo, o que están más avanzados que nosotros. Me refiero a detalles relacionados con nuestra misión.
     —¿Tal vez se refiera usted al escudo que llevan? —preguntó Rober.
     —¡Muy bien, Kiloyandi! —el teniente debía conocer la ficha de todos y cada uno de los presentes—. Para quienes lo ignoren, los gratenianos de visita en nuestros mundos llevan una especie de escudo de energía, o campo de fuerza como a veces se le llama, que impide que se les haga daño con objetos metálicos, piedras, puñales e incluso balas. Y también resiste armas de radiación, o sea láser.
     —Y si es así, señor, ¿el enemigo portará ese escudo?— preguntó Lina.
     —Es muy posible, Santirrodri.
     —Imagino que habrá alguna forma de superarlo, señor.
     —Es evidente. Aunque los detalles no se nos han facilitado, me han informado los gratenianos que el escudo energético oscila de acuerdo a cierta frecuencia seudo-aleatoria. Si se conoce esa frecuencia, es posible sintonizar un arma con las oscilaciones del escudo, penetrando en el mismo. Nuestros aliados conocen la frecuencia del enemigo y así será posible superar esa defensa. Por otro lado, se nos dotará de escudos similares adaptados a la anatomía humana; su frecuencia de operación será, por supuesto, distinta de la del enemigo.
     —¿Y no podrían averiguarla? —preguntó Rober.
     —Contamos con que no sea posible, Kiloyandi.

(continuará)

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